miércoles, 23 de agosto de 2017

CAPITULO 53



Faltaba un solo día para que Paula Chaves se convirtiera en Paula Worthington, y la novia estaba que echaba humo porque el estúpido de su vecino todavía no le había devuelto su preciado anillo de compromiso.


¡Cómo se suponía que iba a subir el altar sin el anillo de Jorge! ¡Qué le iba a decir en el momento en que le preguntara por él! Hasta ahora había conseguido evitar comentarle el extravío de la alianza sugiriéndole que era tan caro que le daba miedo que se lo robaran, por lo que lo tenía guardado en la caja fuerte. A saber dónde narices guardaba realmente Pedro Alfonso su anillo, seguro que lo tenía por algún lugar tirado despreocupadamente.


Paula había esperado hasta el último momento para darle la
oportunidad a Pedro de ser una buena persona y devolver el objeto robado, pero estaba visto y comprobado que el Salvaje nunca había sido una buena persona.


¡Decidido! Ésa era la noche en la que recuperaría su anillo, no podía esperar ni un segundo más a que ese majadero hiciera lo correcto, pero ni loca iría sola: esperaría a que él no estuviera en casa y cometería un allanamiento de morada con la inestimable ayuda de sus hermanos. Seguro que ellos no le negarían nada de lo que les pidiera, después de todo era su encantadora hermana pequeña y ellos la adoraban.



****


—¿Estás loca? ¡Ni por todo el oro del mundo te voy a ayudar a robar en casa de nuestro amigo Pedro! —exclamó Jose tras escuchar la proposición de Paula.


Ella miró suplicante a Daniel a la espera de su respuesta.


—Paula, tú sabes lo alocado que soy, pero, en serio, ¿allanamiento de morada? ¿No te parece algo demasiado drástico? ¿Por qué no le pides el objeto que te ha quitado y ya está?


—¿Es que acaso no creéis que lo he intentado, que no le he suplicado y llorado que me lo devuelva?


—Paula, tú no sabes suplicar, seguro que más bien se lo has ordenado —sentenció Jose.


—¡Sois mis hermanos, se supone que tenéis que apoyarme en todo!


—Sí, Paula, pero no en un robo. Además, ¿qué es eso tan importante que te ha quitado, a ver? —quiso saber Jose, interesado.


—Mi anillo de pedida —murmuró después de unos momentos de indecisión en los que no supo si contárselo a sus hermanos o no—. ¡Vale, me robó descaradamente mi alianza de pedida y se niega a devolvérmela! ¿Cómo me presento mañana ante el altar sin ella?


—¿Se puede saber cómo te robó Pedro tu anillo de pedida sin que te dieras cuenta? —indagó Daniel asombrado.


—¡Eso no es de vuestra incumbencia! —contestó Paula sonrojada al recordar el momento exacto de la pérdida del anillo.


—¿Has intentado emplear la amabilidad y el encanto, para variar, a la hora de pedirle que te lo devuelva? —curioseó Jose.


—¿Crees que eso me va a funcionar con Pedro Alfonso, el hombre que me lleva torturando desde pequeña?


—Paula, os torturabais mutuamente, por eso nos negamos a meternos en medio de vuestras peleas —señaló Jose.


—Bien, si no me ayudáis me veré obligada a decirle a Jorge que vais a su despedida de soltero. Sé que estáis deseosos de asistir —chantajeó Paula admirando la cara de espanto de sus hermanos—. Ah, y no tendré más remedio que sentaros junto a mi cuñada y a mi suegra, ya que creo que no hay otro sitio libre para vosotros.


La cara de sus hermanos pasó del espanto al horror en pocos segundos. Esperó a que asimilaran la terrible situación antes de añadir:
—Claro que, si me ayudáis, siempre puedo excusaros con Jorge o buscaros otros asientos más adecuados, quizá junto a las damas de honor.


—¡Joder, Paula! Si nos lo pides así… —comentó Daniel.


—… no podemos negarnos —finalizó Jose.



****


Pedro estaba sorprendido ante la inusual petición de Jorge Guillermo Worthington III de que acudiera a su hogar para tomar medidas para unos nuevos muebles que pretendía encargar. Sobre todo porque ése era el día previo a su boda y también el día previsto para su despedida de soltero.


En el momento en el que tocó el timbre, el mismísimo dueño de la casa en persona abrió y lo invitó a entrar, lo condujo a su despacho y le sirvió una copa mientras lo invitaba a sentarse.


Por su parte Pedro prefirió permanecer de pie, al mismo nivel que su odiado competidor, y esperar a ver qué tenía que decirle, porque sin duda ese día no había sido llamado para hacer ningún trabajo, sino para ser intimidado por el dinero y el poder de Don Perfecto. Aunque había un problema con eso: él nunca se dejaba intimidar por nadie.


—Bien, ¿para qué me has llamado? —preguntó Pedro impaciente ante la pasividad de Jorge.


—Creo que ya lo sabes; no obstante, te lo recordaré: mañana es el día de mi boda y quiero que dejes en paz a mi mujer —ordenó mirándolo fríamente.


—Todavía no te has casado —repuso Pedro—, aún tengo la esperanza de que Paula recapacite y te deje plantado en el altar.


—¿Crees de verdad que Paula haría algo así? Ella es educada y culta, una perfecta señorita; si tuviera dudas, ya la hubiera dejado.


—Tú conoces a Doña Perfecta, pero yo conozco a Paula Chaves, y créeme cuando te digo que ella es capaz de eso y de mucho más.


—¿No te has preguntado nunca por qué sólo tú conoces la parte más desagradable de ella? ¿No será porque no le gustas?


—Oh, sí que le gusto —contestó Pedro sonriendo ladinamente.


—Entiendo —comentó Jorge flemáticamente, sin mostrar furia alguna—. Que hace años os hubierais acostado no te da derecho alguno sobre ella.


—Paula es mía y, aunque decida casarse contigo, siempre será mía —indicó Pedro con decisión.


—Y dime, entonces, ¿por qué no se casa contigo mañana en vez de conmigo? —preguntó maliciosamente Jorge.


—Porque, según ella, tú eres su hombre ideal —refunfuñó, molesto, Pedro.


—Ah, entonces ella te ha dicho que no… ¿cuántas veces? ¿Y cuántas más te tendrá que rechazar para que desistas? —insistió Jorge metiendo el dedo en la llaga.


—Eso es entre ella y yo.


—Sí, pero desde mañana pasará a ser problema mío. Cuéntame cómo podrás seguir aquí viéndola vivir su vida a mi lado, tener mis hijos...


—Yo…


—Y si has pensado en convertirme en un cornudo, te diré que no me agrada en absoluto; además, ¿has meditado sobre cómo podrá vivir ella consigo misma si me es infiel?


—Ella no se casará contigo —insistió firmemente Pedro.


—Pero, si decide hacerlo, te diré que no me convence para nada la idea del divorcio, así que, aunque se dé cuenta después de la boda de que ha cometido un error, según tú, yo ya no la dejaré escapar.


Tras una breve pausa, Jorge continuó:
—Dime cómo solucionamos este asunto: ¿la metemos a ella en nuestra lucha diaria y la hacemos tremendamente infeliz o uno de los dos se marcha mañana del pueblo y no vuelve a aparecer nunca más en la vida de Paula? ¿No te gusta tanto hacer apuestas? ¡Pues apostemos! Si ella se casa conmigo mañana, tú te vas para siempre. Si por el contrario me abandona en el altar, soy yo el que se larga de aquí sin mirar atrás — propuso Jorge Guillermo Worthington III.


Pedro miró la mano extendida de su enemigo a la espera de que aceptara el acuerdo. Tras pensar en lo que sería su vida diaria observando desde lejos a Paula con otro, estrechó su mano cerrando el trato.


—Espero que a pesar de tu apodo seas todo un caballero y cumplas con tu parte del trato —sugirió Jorge.


—No te preocupes, Don Perfecto, yo cumplo siempre mi palabra. Espero que tú también, porque, si tengo que sacarte del pueblo, yo no actuaré como un caballero.


—¡Yo siempre mantengo mi palabra! —replicó Jorge indignado.


—Bien, mejor para ti. Y ahora te dejo, tú tienes mucho que hacer en tu despedida de soltero y yo tengo que impedir una boda: la tuya.


—Espero que no hagas nada demasiado drástico para intentar impedirla.


—No te preocupes, ¿qué tendrías que temer de un hombre al que todos apodan el Salvaje? —concluyó alegremente mientras se terminaba la copa de un trago y se marchaba decidido hacia su hogar a esperar la visita de Paula, porque estaba totalmente seguro de que esa noche sería visitado por la novia en su búsqueda desesperada del anillo.


Pedro sonrió mientras palpaba en su bolsillo, donde se hallaba oculto el ostentoso diamante de Jorge. «¡Pobrecito! —pensó Pedro mirando a Don Perfecto—, aún no sabe que juego sucio.»




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