El día de la celebración de su boda, la novia llegó a las cinco de la mañana a casa de sus padres. Entró silenciosamente por la puerta principal con los zapatos en la mano para evitar el ruido de sus pasos en el sensible y viejo parqué, pero todo cuanto hizo para evitar la escrutadora mirada de sus familiares fue en vano, pues en el gran sillón del salón esperaba sentado su hermano Jose mientras Daniel dormitaba como una marmota en el sofá.
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó Paula sorprendida.
—Relevé a papá hace dos horas —comentó Jose a la vez que propinaba una patada a su hermano para despertarlo—. Como siempre, estaba tremendamente preocupado por su pequeña y nosotros no podíamos decirle dónde estabas, ¿verdad?
—Gracias por no contar nada, Jose, eres un buen hermano —alabó Paula agradecida.
—No, soy un buen amigo. No quería que papá fuera a casa de Pedro y lo apuntara con su escopeta. Porque supongo que habrás pasado la noche allí.
—Sí —confesó Paula avergonzada—. ¡Pero nada de esto hubiera sucedido si vosotros no me hubierais dejado allí sola y atrapada! — reprochó a sus hermanos.
—Y cuando te acostabas con Pedro todos los veranos desde los dieciocho años, ¿también nosotros teníamos la culpa? —preguntó irónicamente Daniel.
—¿Él os contó eso? —preguntó Paula molesta—. ¡No tenía
ningún derecho!
—Me lo dijo a mí cuando me confesó, loco de contento, que te amaba y que quería formar una familia contigo. Me lo reveló antes de conocer a Don Perfecto y sentirse como una mierda porque ese hombre cumplía todos y cada uno de los puntos de tu lista y eso lo dejaba a él fuera de la ecuación —explicó Jose con enfado.
—¿Cómo puedes decir que eres perfecta, si eres la mujer con más defectos del mundo? —añadió Daniel disgustado.
—Yo no soy así… —objetó Paula, indecisa.
—Eras una niña repelente e insufrible hasta que apareció Pedro y te convirtió en una cría revoltosa y divertida —recordó Daniel.
—Desprecias continuamente los sacrificios de Pedro por intentar ser un hombre que no existe; sin embargo, alabas a ese petimetre con el que pretendes casarte y que no ha hecho ningún esfuerzo por merecerte — continuó Jose disgustado ante la ceguera de su hermana.
—¿Cómo puedes elegir pasar el resto de tu vida junto a un hombre que no amas por una estúpida lista? ¡Estás desperdiciando la posibilidad de ser feliz el resto de tu vida! —gritó Daniel furioso sin dejar de pasearse por el salón.
—Yo amo a Jorge... —contradijo apocadamente Paula.
—¡Sí, claro, por eso te acuestas con Pedro! —la acusó Daniel.
—¿Sabes qué es lo peor de todo? Que has jugado con Pedro durante todos estos años y le estás rompiendo el corazón a un hombre que realmente te ama —recriminó Jose a su hermana.
—Pero yo no amo a Pedro —aclaró entristecida Paula
—¡Sigue diciéndote eso, algún día acabarás por creértelo! —apuntó Daniel saliendo colérico de casa de sus padres.
—Yo sólo quiero que mañana no te arrepientas de nada. — Jose abrazó cariñosamente a su hermana.
—No te preocupes, Jose, Jorge es el mejor hombre del mundo — declaró Paula decidida mirando a los ojos a su protector hermano.
—Sí… pero ¿es el mejor para ti? —insinuó saliendo tranquilamente en busca de su hermano, para calmar sus ánimos. Daniel no debía cometer ninguna locura en la boda de su hermana; después de todo, la decisión de su futuro le pertenecía únicamente a ella y a nadie más.
A pesar de que sus planes de futuro fueran un tremendo error.
*****
Paula subió a su habitación lentamente; su cuerpo parecía no tener ánimos, estar sin vida, como si le faltara algo, y en medio de todo el caos de su boda sólo podía pensar en dónde estaría Pedro.
Se duchó como si de un autómata se tratase. Sin apenas percatarse de nada pasaron las horas y llegó el momento de ponerse el vestido. Su madre, junto con sus damas de honor Anabela y Vanesa, dos amigas de la universidad con las que compartió piso en Nueva York, la ayudaron a vestirse el pomposo y molesto traje de novia.
Sus amigas apenas habían llegado hacía dos días y todavía no conocían bien toda la historia, así que se quedaron impresionadas cuando su madre comenzó a recordar las aventuras de ella con su vecino.
Sara Chaves se disculpó ante sus invitadas y salió de la estancia con la intención de traer unos refrigerios antes de partir hacia la iglesia. Ése fue el momento preciso que sus amigas aprovecharon para acribillarla a preguntas sobre su relación con Pedro.
—Vamos a ver si lo entiendo —comenzó confusa Vanesa, una voluptuosa y rebelde morena de impresionantes curvas vestida de rojo—: tienes a un hombre que está loco por ti desde que era niño ¿y te casas con don estirado?
—No está loco por mí, simplemente tontea conmigo… Además, Jorge es perfecto.
—Sí, es perfectamente aburrido — concluyó Vanesa acompañando sus palabras de un sonoro bostezo.
—Que a ti no te cayera bien no significa que sea malo para Paula —intentó poner paz Anabela, una inteligente rubia de bonita figura a la que siempre tomaban los hombres por tonta.
—Ah, entonces te casas con Aburrington III porque ese tal Pedro es feo o jorobado, ¿no? —insistió Vanesa decidida a saber la verdad.
—No, Pedro es muy atractivo y, a pesar de sufrir una grave lesión que lo alejó del deporte profesional hace algunos años, su cuerpo es perfecto — comentó Paula sonriente mientras peinaba sus rizos frente al espejo de su tocador.
—¡Te has acostado con él! —señaló Vanesa acusadoramente—. ¡Y te gustó mucho! —indicó emocionada.
—Entonces, Paula, ¿por qué te casas con Jorge? —quiso saber Anabela, confusa.
—Porque él es perfecto y Pedro es totalmente lo contrario a la perfección —insistió Paula.
—¡Bah! Lo perfecto es tremendamente tedioso… —sentenció Vanesa ayudándola con su peinado.
—El hombre perfecto no existe —opinó Anabela entristecida.
—Pero Jorge…
—Es humano, ¿verdad? Pues entonces tendrá sus defectos como todo el mundo; después de todo, los errores forman parte del hombre — sermoneó Vanesa.
—Aunque no de la mujer —recalcó Anabel sonriente chocando la mano con su amiga mientras las tres rompían el silencio con escandalosas carcajadas.
****
Pero le había prometido que se la entregaría a su hija, ya que Pedro, extrañamente, se había negado a entrar en su hogar. El muchacho parecía desolado cuando lo dejó en el porche hablando con su marido sobre negocios. ¿Qué le habría sucedido para que perdiera su eterna sonrisa y su aire jovial de un día para otro? Posiblemente lo mismo que a su hija: una boda.
Sara depositó los refrescos encima de la cómoda mientras se dirigía a su hija con indecisión.
—Pedro Alfonso me ha entregado esto para ti, me ha rogado que no lo abriera y cuando lo he invitado a entrar se ha negado. ¿Sabes lo que le pasa, Paula? Parecía muy triste, no era el mismo Pedro revoltoso que conocemos desde niño.
—Habrá madurado, mamá —comentó fríamente Paula cogiendo con manos temblorosas el sobre.
—Sí, será eso —comentó despreocupadamente la señora Chaves, y tras unos instantes desapareció, llevándose consigo la bandeja con los vasos vacíos y el plato de aperitivos intacto.
Las impacientes amigas de Paula la apremiaron a que abriera el sobre. Paula las ignoró y las echó del cuarto, dispuesta a terminar con su impecable aspecto de novia ideal.
Ignoró el sobre durante unos minutos, haciendo como si éste no existiera, pero allí estaba, así que finamente lo abrió con lentitud sin saber qué podía esperar de Pedro Alfonso.
Nada la había preparado para aquello y sus ojos se llenaron de lágrimas en cuanto vio lo que contenía: una hoja doblada, de hacía años, donde ella misma había escrito una ridícula lista. Había sido tratada con cariño y conservada a pesar del paso del tiempo. Algunos puntos habían sido tachados, otros tenían anotaciones como «me falta poco» o «en un año lo consigo».
Después del punto número diez había uno más añadido por Pedro, escrito de su puño y letra, que decía: «11. Que te quiera tanto como el estúpido de tu vecino.»
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