domingo, 13 de agosto de 2017
CAPITULO 23
¡Jodida lista de los cojones! No había por dónde cogerla.
A la mañana siguiente de nuestra escapada al lago había incordiado a Paula hasta que me había arrojado la lista por la ventana de su habitación dentro de un zapato que me había dado en la cabeza. ¡Qué puntería tenía cuando quería la muy condenada!
Como suponía que Doña Perfecta querría llevar todo lo referente a su lista en secreto, esperé a que no hubiera nadie en casa agobiándome con sus sermones para subir a mi habitación y desenrollar la fotocopia que Paula me había tirado.
Al principio estaba escrita con letras muy infantiles. Pero a cada punto de su lista iba notándose como la letra se mostraba más femenina, más de mujer en vez de niña pequeña. Por lo visto había tardado años en hacerla.
Recordé entonces haber visto esa lista de pequeño, pero no podía ser la misma, era imposible, pensé mientras buscaba el feo dibujo de un sapo que yo había hecho con rotulador, y sin escudriñar mucho ahí estaba el bicho, mirándome y burlándose de mí como diciéndome «tú eres el sapo».
Me senté en la cama preocupado y comencé a leer lo que Paula había escrito a lo largo de estos años:
«Mi perfecto príncipe azul»
1. Tiene que ser el más guapo.
2. Que no sea un salvaje.
3. Que sepa dibujar.
4. Que sea educado en todo momento. (No parecerse al
cerdo del vecino.)
5. Que me defienda de todos los matones del mundo
(incluido mi vecino.)
6. Que no lo busque la policía.
7. Que cante como los ángeles.
8. Que siempre sepa cuál es el regalo perfecto y cuándo debe dármelo.
9. Que sus besos sean especiales.
10. Que sea el mejor amante del mundo.
Al final de la lista había una nota escrita en rotulador rojo que me retaba: «No tienes ni una de estas cualidades. Además, espero que mi hombre perfecto me sea fiel (sin gruppies)», añadía la muy pilla riéndose de mí.
— Bien —me dije en voz alta, decidido—: repasaré la lista punto por punto. En lo referente a ser el más guapo, ya lo soy. Sólo me tengo que encargar de que no encuentre chicos más guapos que yo. Nota mental: rodearme siempre de troles para parecer la mejor de las opciones.
Segundo, lo de ser salvaje. Yo no era ningún salvaje, aunque me apodaran así en el pueblo. En ocasiones tenía demasiado carácter, pero eso era todo. ¿Cómo solucionar el problema? Pues evitando que me llamasen así en el pueblo. ¿Cómo hacerlo? Amenazando a todo aquel que me lo llamara, eso sí, con discreción y sin salvajismo.
Tercero, lo de dibujar no se me daba tan mal. Además, mi sapo era perfecto. No obstante, tomaría clases de dibujo en la universidad. Sin embargo, ahora que lo veía con atención, mi batracio podía confundirse con una vaca, ¡joder, realmente dibujaba como el culo!
Cuarto, educado. Yo soy muy educado, casi nunca digo tacos, solamente cuando me irrito si algo me saca de mis casillas, y respecto a lo del «cerdo del vecino», yo no tengo ningún cerdo. Mejor ignoro este punto y no me doy por aludido, esta jodida lista me está tocando los huevos…
Quinto, defensa antimatones. ¿Cómo narices voy a defenderla de todos los matones del mundo? Ésta quiere que sea Chuck Norris… ¿Estará libre para poder contratarlo como guardaespaldas? Bueno, mejor paso al siguiente punto.
Sexto, no ser buscado por la policía. La policía no me busca, eso seguro, aunque las multas sin pagar se van acumulando y… será mejor que ahorre y pague todas las malditas multas de una vez.
El punto siete definitivamente me tiene mosqueado, la pregunta clave es: ¿cómo coño canta un ángel? Tan mal no canto, ¿verdad? Aunque el profesor de música del instituto amenazó con saltar de la azotea si me apuntaba a su clase… Bueno, pues a tomar clases de canto.
Octavo, regalos perfectos. ¿Cómo demonios sabes cuándo y qué regalar? Con las mujeres nunca se acierta: si les regalas bombones, están a dieta; si les regalas ropa interior, eres un pervertido, y si les dices que se compren algo, que tú lo pagas, no lo quieres porque no te molestas en elegirlo tú, blablablá… En fin, sobornaré a sus hermanos para saber cuándo y qué regalarle.
Noveno, el beso especial. Vale, abandono. ¿Cómo leches sé si mis besos son especiales? ¿Qué quiere decir eso? ¿Y qué parte es la que tengo que besar para que sea especial? En fin, besaré todo su cuerpo, seguro que de casualidad acierto.
Décimo, mejor amante del mundo. Que soy un buen amante, lo soy, pero ¿cómo soy el mejor del mundo? ¿Me tengo que cepillar a medio mundo para averiguarlo?, ¿me bastará con un cuarto de la población?
Compraré el Kamasutra a ver las ideas que puedo sacar de ahí.
Leer esa mierda de lista me deprimió más que animarme, pero aún tenía la esperanza de convertirme en su hombre perfecto. «¿Por qué las mujeres tienen que ser tan complicadas?», grité frustrado; luego me calmé al pensar que tenía ante mí cuatro largos años por delante para demostrarle todas mis cualidades. Empezaría por revelarle que, sin duda, los puntos nueve y diez los cumplía.
Además, eran los más entretenidos de la lista.
CAPITULO 22
¡Pedro estaba loco, se había abalanzado sobre ella para besarla como un idiota enamorado! Tenía que quitárselo de encima, pensaba Paula mientras se dejaba besar, pero el problema era que sus besos eran tan dulces, tan tiernos... Mordisqueaba su labio inferior con delicadeza y luego lo besaba calmándole el leve dolor, introducía su lengua en su boca y jugaba con la suya haciéndola arder y, sin apenas darse cuenta, responder a sus besos.
Cuando sus brazos la atrajeron hasta su mojado y fuerte cuerpo, ella se dejó, y las caderas de Pedro se pegaron a las suyas haciéndola sentir lo excitado que estaba.
Paula decidió que era el momento de apartarse de él antes de dejarse llevar por la locura de ese beso, así que posó sus manos en el pecho de Pedro dispuesta a alejarlo. Pero entonces él bajó su cabeza y besó sus pechos por encima de la húmeda tela de encaje.
Con los dientes bajó su sujetador, dejando expuesta su piel desnuda al frío de la noche; sus pezones se irguieron por el frío, o tal vez por la excitación del momento; fue entonces cuando Pedro jugueteó con sus senos, mordisqueando suavemente sus pezones, para luego continuar con las
caricias de su lengua y sus delicados besos.
A la vez que su boca la enloquecía, sus fuertes manos alzaron sus nalgas, sin dejar de acariciarla y acunar lo más íntimo de su cuerpo contra la firme erección de él.
Su interior estaba cada vez más húmedo, su cuerpo gritaba pleno de excitación y finalmente Paula Chaves dijo adiós a su cordura cuando una de las manos de Pedro acarició su húmeda entrepierna por encima de su culotte.
Ella alzó sus manos y, cuando parecía que iba a rechazar los avances de Pedro, simplemente se rindió a él, se agarró a sus fuertes hombros y alzó sus piernas cogiéndose firmemente a su cintura, restregándose contra su duro miembro, mientras gemía ardientemente en busca de su placer.
Pedro rugió enfebrecido por la pasión. Sin dejar de agarrar fuertemente a Paula contra su cuerpo, la tumbó en la toalla y reclamó sus labios mientras sus manos buscaban frenéticas la liberación de sus pechos.
El sujetador no tardó mucho en desaparecer. Entonces él jugó con sus senos acariciándolos, apretándolos entre sus fuertes manos. Sus dedos no tardaron en acariciar sus enhiestos pezones y pellizcarlos haciéndola sollozar de pasión.
Su boca abandonó los labios de Paula y fue bajando despacio por su cuerpo en busca del recuerdo del sabor de su deseo. Besó con delicadeza su cuello, sus hombros… cuando llegó a sus pechos los devoró haciéndola enloquecer. Sus manos bajaron por su cintura hasta llegar a su culotte y acarició por encima de éste su húmedo interior.
Paula gimió moviéndose contra la ruda mano de Pedro,
suplicándole con su cuerpo el placer que se resistía a darle, pero sus manos siguieron prodigándole caricias excitantes ignorando una y otra vez ese lugar que lo reclamaba húmedo y dispuesto.
Acarició sus piernas, desde la punta de los pies hasta sus firmes muslos, que se abrieron sin protesta alguna cuando los besó y lamió muy cerca de donde su deseo latía con necesidad. El cuerpo de Paula estaba tenso como una cuerda, lleno de deseo, a la espera de sus caricias en el lugar más íntimo.
Finalmente, cuando Pedro alzó sus caderas y la saboreó a través del culotte, como si fuera un hambriento y ella su comida, Paula gritó extasiada mientras tenía su primer orgasmo. Pero Pedro no se detuvo y le arrancó la ropa interior sin dejar de devorarla.
Paula, aún sensible, volvió a excitarse cuando una de sus manos acarició un pecho y la otra introducía uno de sus dedos en su húmedo interior, embistiéndola a la vez que su lengua acariciaba su lugar más sensible.
Cuando Pedro introdujo un segundo dedo, ella gritó su nombre una y otra vez mientras tenía su segundo orgasmo y agarraba fuertemente la cabeza de Pedro contra su cuerpo.
Con el cuerpo lánguido y relajado, Paula soltó la cabeza de Pedro, que pareció mostrarse satisfecho, pues se retiró de su lado haciéndole darse cuenta del frío de la noche. Él se quitó la ropa interior y mostró su enorme erección ante los ojos inocentes de Paula, mientras su mirada llena de lujuria insatisfecha la devoraba.
—Nunca tendré bastante de ti —declaró Pedro dirigiéndose hacia ella —. Si quieres parar, si quieres decirme que no, ¡por Dios hazlo ahora, porque si no lo haces te voy a hacer mía una y otra vez!
Paula lo miró confusa, pero tan sólo echar un vistazo a su fuerte cuerpo desnudo y a su excitante miembro la llenó nuevamente de un vivo deseo, por lo que se olvidó de quiénes eran y de todo lo demás, y alzó la mano para acariciar su miembro. Se sintió poderosa al escucharlo gemir de placer mientras ella apretaba su pene y movía su mano haciéndolo reaccionar.
Las caderas de Pedro se movieron contra su mano mientras él gruñía su nombre una y otra vez; Paula se humedecía ante la respuesta del cuerpo de Pedro y finalmente fue ella la que tomó la iniciativa guiándolo hacia su interior.
Pedro se detuvo unos momentos en busca de protección.
Cuando la encontró entre sus pantalones, ella lo esperaba húmeda e impaciente. Fue ella la que, entre caricias, le puso el preservativo, haciéndolo sufrir ante la tortura de sus caricias. Y cuando finalmente él se introdujo despacio en su apretado interior, para Pedro fue el paraíso, pero Paula gimió de dolor.
Mientras Pedro intentaba introducirse enteramente en ella, se dedicó a volver a excitar su tenso cuerpo con el fin de hacerle olvidar el dolor de la primera vez. La acarició de nuevo con una de sus manos en busca de su placer y con su boca tomó otra vez sus pechos.
Ella no tardó en reaccionar y exigirle que se introdujera en su cuerpo; él se resistía a ser brusco y arrebatarle la virginidad de una sola embestida, pero fue Paula la que lo obligó a hacerlo cuando alzó sus caderas aceptándolo completamente en su interior. Pedro gimió extasiado cuando se halló todo apretado por su húmedo cuerpo, ella gritó de dolor, exigiéndole que se quitara de encima, hasta que empezó a moverse para apartarse de él y comenzó a gustarle.
—Paula, no te muevas —suplicó Pedro dispuesto a mantener el control y a no tomarla como un poseso.
Pero Paula lo ignoró volviendo a alzar las caderas al ver que él no se movía; gimió de placer y arañó su musculosa espalda atrayéndolo hacia ella, exigiéndole más.
—¡A la mierda el control! —gruñó entre dientes Pedro mientras embestía con fuerza el cuerpo de Paula.
La oyó gritar su nombre una y otra vez mientras tenía un orgasmo y, a la vez que su cuerpo se convulsionaba de placer, el de él llegó al límite y explotó con bruscas arremetidas liberándose en su interior.
Pedro cayó rendido sobre el cuerpo de Paula, luego se apartó para no aplastarla con su peso y se acurrucó a su lado abrazando su cuerpo satisfecho. Sonrió feliz al tenerla por primera vez entre sus brazos sin que hubiera discusión alguna entre ellos.
—Esto ha sido un error que no se puede volver a repetir —intervino Paula rompiendo el bonito momento que los amantes tienen después de hacer el amor.
—¿Por qué? —preguntó Pedro enfurecido.
—Porque tú y yo nunca podríamos tener una relación —indicó Paula mientras se levantaba y buscaba sus ropas esparcidas por el suelo.
—¿Y se puede saber por qué piensas eso? —preguntó indignado.
—Porque eres un salvaje inmaduro que dentro de unas semanas volverá a la universidad, donde te esperan miles de gruppies. Tú estarás en una punta del estado estudiando quién sabe qué, y yo estaré en la otra estudiando arte y concentrándome en mi futuro. Y, además, no eres el tipo de persona que se puede resistir a ninguna mujer y tampoco eres el hombre adecuado para mí.
—¡Yo puedo ser fiel! —replicó Pedro—. Para tu información, si me acostara con todas las chicas que se me han insinuado ya lo tendría desgastado de tanto uso. ¿Y qué es eso de que no soy el hombre adecuado para ti? ¿Quién es el hombre adecuado para Doña Perfecta? —preguntó irónico mientras la perseguía desnudo incordiándola con sus preguntas.
—¡Para empezar, uno que no me persiga en pelotas mientras intento vestirme! —contestó furiosa a la par que se ponía los pantalones.
—¡Bien, ya no estoy desnudo! —dijo Pedro después de ponerse los calzoncillos—. ¿Qué más tengo que hacer para ser tu hombre ideal?
—Tengo una lista Pedro, una lista de diez cualidades. Tú no tienes ni una sola de ellas, ni una. ¿Eso no te hace pensar que entre tú y yo no tiene cabida relación alguna?
—¡No me jodas, Paula! ¡Por una estúpida lista no soy apto para una relación! Y lo que ha ocurrido entre nosotros, ¿qué es? —preguntó Pedro enfurecido.
—Un error —contestó Paula mientras se ponía la camiseta.
—¿Y qué se supone que tiene que hacer ese hombre perfecto tuyo: partir nueces con el culo, pelar una cebolla sin llorar, cagar oro?
—Ninguna de esas cualidades está en mi lista, mira tú por dónde — contestó Paula irónicamente.
—¡Quiero una copia de esa lista! —exigió Pedro—. Voy a convertirme en tu hombre perfecto y, cuando lo consiga, tú y yo nos casaremos.
—Estás como una cabra, tú nunca serás un hombre perfecto. Eres la antítesis de ese concepto.
—¿Es que temes que llegue a convertirme en tu hombre ideal? — preguntó con sorna, retándola.
—No, pero ¿para qué quieres convertirte en el hombre perfecto? Yo no te intereso, sólo soy una más en tu catálogo de mujeres.
—¡Tú no eres una más, tú serás mi esposa! —declaró Pedro con decisión.
—Pedro, estás como una cabra si piensas que alguna vez me casaré contigo. ¿Qué pasa? ¿El acostarte con una chica que no es idiota y tetona te ha afectado? Pobrecito —dijo acariciándole la cabeza burlonamente mientras se subía a la furgoneta.
Pedro se vistió con rapidez, ya que estaba seguro de que si no lo hacía sería abandonado sin vehículo alguno nuevamente. Subió enfadado al asiento del conductor y antes de arrancar la miró seriamente.
—Dame un tiempo para ser tu hombre ideal y, si no lo consigo, te dejaré en paz.
—Pedro, es imposible que estemos destinados a estar juntos: siempre estamos discutiendo, no sabemos hacer otra cosa que no sea pelearnos como dos críos.
—No te pido una relación ahora, sólo que no te enamores de nadie en el tiempo que estés fuera. Cuando vuelvas después de la universidad, yo te demostraré que soy ese hombre.
—Y tú mientras tanto te enamorarás y tendrás una familia, ¿no? — preguntó irritada.
—Prometo no tener ninguna relación seria hasta que vuelvas. ¡Joder, Paula! ¿Tienes miedo a darme una oportunidad, a descubrir que yo puedo ser ese hombre a pesar de mis imperfecciones? —gritó Pedro frustrado.
—Si en algún momento a lo largo de estos años encuentro a ese hombre que es perfecto para mí, que cumple todas y cada una de las cualidades de mi lista y no eres tú el afortunado, no lo podrás asustar, ni espantar, ni hacer nada que pueda alejarlo de mi lado.
—Juro que si encuentras a Míster Perfecto lo dejaré en paz. Entonces, ¿tenemos un trato? ¿Me dejarás demostrarte lo perfecto que puedo llegar a ser?
—Debo de estar loca, pero como siento hambre, estoy medio dormida y tengo ganas de llegar a casa, acepto. Tenemos un trato. Te doy cuatro años, que son los que tardaré en terminar mi carrera de Bellas Artes. Cuatro años para demostrarme lo equivocada que estoy. Y cuando cada año que pase nos veamos en vacaciones te preguntaré si quieres seguir con esta ridícula idea, que puedes abandonar en cualquier momento y dejarme en paz.
—Cada año te responderé lo mismo.
—¿Y qué es lo que me dirás?
—Pregúntamelo el año que viene y te contestaré —comentó Pedro felizmente mientras arrancaba la furgoneta.
CAPITULO 21
Cuando llegaron al lago, Pedro dejó las luces de la furgoneta encendidas en dirección a la orilla y aparcó lo más cerca posible de ésta. Sin esperar a ver lo que hacía Paula, se quitó toda la ropa excepto los calzoncillos y salió corriendo hasta zambullirse de cabeza en el agua.
Paula, por su parte, se quitó la ropa lentamente, doblándola en el asiento delantero, hasta quedarse en ropa interior y probar despacio el agua con un pie antes de retirarse y comentar.
—¡Dios, está helada!
—¡No me seas gallina! —retó Pedro antes de darse la vuelta y verla en ropa interior.
Luego quedó mudo.
Paula llevaba un conjunto de ropa interior de encaje negro.
El sujetador realzaba sus pechos, que estaban a punto de desbordarse mientras el frío excitaba sus duros pezones destacándolos a través de la tela. En esos momentos a Pedro se le hizo la boca agua por las ganas que tenía de volver a probar el sabor de su cuerpo, pero se contuvo y siguió observando la gran tentación que se hallaba al alcance de su mano. Sus braguitas también eran de encaje, no un tanga, sino un culotte de lo más sexy que se ajustaba maravillosamente a su lindo trasero.
Y mientras ella se introducía poco a poco en el agua mojando su exuberante cuerpo, Pedro hacía lo posible por evitar abalanzarse sobre ella, con una erección que era insensible al agua helada y que se hacía más grande a cada paso que daba Paula hacia él.
Pedro se alejó nadando como un loco cuando ella estuvo a su lado, para evitar la tentación.
«¿Quién demonios se cree? ¿Flipper?», pensó Paula mientras nadaba despacio disfrutando del agua y flotando plácidamente boca arriba con el cuerpo relajado. En ese momento vio por el rabillo del ojo como Pedro se hundía una y otra vez y nadaba con dificultad; se acercó a él segura de que necesitaba su ayuda, pero cada vez que ella se acercaba él se alejaba, hundiéndose más en el agua.
—¡Te quieres estar quieto idiota, que te vas a ahogar! —gritó
finalmente Paula enfadada, y él reaccionó dejándola hacer.
Cuando llegaron a la orilla, Paula lo ayudó a tumbarse sobre una toalla que había colocado en el suelo.
—Un calambre —comentó Pedro dolorido mientras se agarraba la pierna.— Deja que te dé un masaje —propuso Paula a la vez que acariciaba dulcemente su pierna dolorida.
—No creo que sea la mejor idea —explicó Pedro, pero seguidamente se tumbó en la toalla.
Paula masajeó con delicadeza su pierna dolorida haciéndole
recuperar la sensibilidad, pero mientras aliviaba el dolor de su pierna también avivaba el de otro de sus miembros que a cada momento que pasaba estaba más caliente y duro. Así que, sin molestarse en explicarle el efecto que causaban en él sus caricias, Pedro la apartó bruscamente de sí.
—Ya vale, la pierna está mejor.
—¡Pero qué narices te pasa! —gritó Doña Perfecta enfadada, preparándose para llevar a cabo una de sus regañinas—. ¡En el agua por poco te ahogas, y aquí intento ayudarte y me apartas como si fuera la peste! Debes estar mal de la cabeza…
No lo aguantó más, verla allí riñéndole con los brazos sobre la cintura, y el gesto fruncido, mientras miles de gotitas de agua acariciaban su dulce cuerpo cubierto únicamente por un escueto conjunto de ropa interior... Eso lo llevó directo a la locura, y Pedro finalmente acalló sus palabras cogiéndola entre sus brazos y besando sus labios con la ardiente pasión que latía en su interior impidiéndole emitir sonido alguno que no fueran los gemidos ardientes que no tardaron de salir de su boca.
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