—¡Oh hija, por fin has llegado! —acudió Sara emocionada al ver a su pequeña—. ¿Por qué no me cuentas cómo de hermoso será tu vestido? —preguntó solícita Sara Chaves.
—Es el vestido más horrendo, más abultado y más lleno de encajes que he visto en mi vida —contestó Paula terriblemente indignada.
—Pero por lo menos será cómodo... —intentó indagar Sara para saber por qué razón su hija había escogido algo así para el día de su boda.
—No puedo dar dos pasos sin llevarme por delante todo lo que tengo a mi lado.
—Bueno, será barato entonces, ¿no? —quiso saber Sara preguntándose por qué su hija, que hasta ese día no se había preocupado mucho por el valor de las cosas, comenzaba a medir su economía.
—Vale más que toda la tienda entera de Madame Mirage; por suerte lo paga mi suegra.
—¿Se puede saber por qué te has comprado algo tan caro, feo y ridículamente incómodo, si no te gusta? —preguntó Sara algo alterada—. ¡Seguro que te has dejado engatusar por esas dos brujas! Es por eso, ¿verdad?
—No, las estaba manejando perfectamente hasta que…
—¿Que ocurrió, hija mía? —inquirió Sara Chaves finalmente
preocupada.
—¡Pedro Alfonso! —fue lo único que masculló ella además de una retahíla de insultos dirigidos a él mientras subía con escandalosas zancadas hacia su habitación.
****
Pedro Alfonso había salido esa noche en busca de compañía, pero no de una mujer, bastantes problemas tenía ya con una como para intentar complicarse con otra.
Además, su cerebro solamente podía pensar en una cosa: ¿cómo demonios hacer que Paula rompiera con Don Perfecto?
Podría conseguirlo en un segundo si le contaba a Jorge Guillermo Worthington III como reaccionaba Paula ante sus caricias, como le devolvía sus besos con la misma pasión, o como le era imposible negarse a que él tomara su cuerpo una y otra vez, donde fuera y como quisiera, porque ella, aunque nunca lo reconociera, era suya, y eso no lo podría cambiar nunca ningún Don Perfecto venido de fuera.
Pero con esto, además de decir definitivamente adiós a ese petimetre, también la alejaría de él por completo. Había esperado demasiado tiempo para estar con ella y no quería estropearlo todo, así que, a pesar de lo que sus instintos le decían, Pedro esperaba pacientemente a que Paula
cambiara de opinión.
Bueno, tan pacientemente como podía.
En el bar de Zoe se tomaba una cerveza esperando la presencia de su amigo Daniel o tal vez de Jose, que le contarían la reacción de Paula al llegar a casa, pero la persona que ocupó la silla próxima a la suya fue la despampanante y sexy Alicia Worthington, aunque para su gusto también era demasiado caprichosa.
—Hola, guapo, ¿qué hace un hombre como tú tan solito? —se insinuó mientras le acariciaba un brazo con sus inmaculadas uñas.
—Tomar una cerveza y esperar a unos amigos.
—¿Y no prefieres compañía femenina? —añadió acercándose cada vez más a él.
—No, gracias —contestó Pedro deshaciéndose de su abrazo.
—¡Pero a ti qué te pasa! —exclamó Alicia indignada por el rechazo—. No tienes pareja, estás soltero; entonces, ¿qué te impide relacionarte conmigo?
—Estoy enamorado de otra —confesó Pedro sin alterarse en absoluto por sus gritos y su chillona voz.
—¿Y se puede saber quién es esa chica tan especial? —ironizó Alicia.
—Paula Chaves —contestó Pedro sin inmutarse mientras seguía bebiendo su fría cerveza.
—Pero… pero esa chica está prometida, ¡va a casarse con mi hermano! —señaló Alicia confundida.
—Eso ya lo veremos —retó Pedro levantándose con brusquedad y dejando un billete en la barra.
Pedro se marchó del bar de Zoe sin volver la vista atrás.
La reacción de la rubia fue mirarlo enfurecida mientras marcaba el número de su hermano y le contaba una por una las palabras que había dicho Pedro sobre su futura esposa.
«Bien —pensó Pedro mientras se alejaba—, ya era hora de que Don Perfecto se enterara de que tenía competencia.»
Mientras Paula recibía con amabilidad a su cuñada y a su suegra en el vestidor de nuevo, Pedro, tremendamente aburrido ante las conversaciones de encajes, volantes, gasas y sedas, decidió divertirse un rato y comenzó a acariciar despacio las suaves piernas de la novia por encima de las ligas de seda.
—¿Tienes frío querida? —preguntó atentamente Analia al verla temblar.
—¡No! —gritó Paula aporreando su vestido ante los ojos atónitos de su suegra—. Son los nervios —intentó aclarar.
Pedro, sonriente aunque algo molesto por el golpe de Paula, decidió vengarse de ella, así que lentamente le bajó las braguitas y acarició su apetecible triángulo de rizos rubios que tanto lo tentaba.
Sus dedos acariciaron lánguidamente su interior cada vez más húmedo.
Paula, por su parte, ahogó un gemido y cerró con fuerza los ojos sin poder creerse lo que Pedro se atrevía a hacer debajo de su vestido.
—Parece ser que éste le gusta, mamá —comentó Alicia ante la reacción de Paula.
Y ésta, al abrir los ojos, vio ante sí un horrendo vestido lleno de plumas blancas.
—No... no creo… que… sea… el adecuado —gimoteó ella, acalorada.
Pedro, maliciosamente, agarró con decisión sus nalgas, acercó su boca a la dulce feminidad de Paula y se dispuso a devorarla sin piedad alguna, mientras ella simulaba que él no estaba allí. «Veamos cómo lo haces, ricitos», pensó Pedro mientras introducía uno de sus dedos en su húmedo interior sin dejar de jugar con su lengua alrededor de su clítoris.
—¡Dios, sí! —gritó Paula extasiada apretando con fuerza los volantes de su vestido.
—¿Ves, hija, como éste era más de su agrado? —señaló Analia ante un vestido lleno de moños y lazos.
Paula intentó protestar ante la aterradora idea de ser vista con eso puesto, pero sus piernas se doblaron ante los temblores próximos al orgasmo. Trató de resistirse, pensar en cosas desagradables, pero la lengua de Pedro le impedía pensar en nada y, cuando él introdujo otro de sus dedos en ella y fue sacándolos despacio e introduciéndolos con firmeza, ya no pudo más.
—En mi opinión, el vestido que lleva es el más favorecedor de todos —declaró Analia.
—Sí, a mí también me gusta— confirmó Alicia.
—¿Tú qué opinas querida? —preguntaron Analia y Alicia a la espera de una respuesta.
—¡Sííííí! —exclamó Paula en medio de un orgasmo que la dejó temblorosa y ligeramente aturdida.
—¡Bien! Entonces éste es el elegido —sentenció Analia con una sonrisa de satisfacción al ser uno de los vestidos que ella había propuesto.
—¿Qué? —preguntó Paula confundida ante la conversación de las dos mujeres.
—Cariño, ¿qué te pasa? Estás muy distraída. ¿Éste es el vestido por el que te has decidido? ¿Sí o no? —planteó Analia molesta ante su indecisión.
— Si no lo es, cámbiate rápido, no tenemos todo el día para que te decidas —apremió bruscamente Alicia.
—¡No! —gritó Paula ante la idea de quitarse el vestido y que descubrieran a Pedro.
—¿No es el vestido que has elegido entonces? —preguntó Analia desilusionada.
—No, no quiero quitármelo, es… — Paula pensó en sus opciones y viéndose finalmente sin salida alguna contestó—: es tan hermoso…, sin duda es el elegido.
—¡Oh, estoy tan feliz por ti, querida! Vamos a ver a la modista para que te tome el bajo y para pagar esta hermosura. ¡Estarás esplendida, los dejarás a todos sin palabras! —manifestó emocionada Analia saliendo del
vestidor en compañía de su hija y dejando finalmente a Paula a solas.
Pedro se apresuró a salir de debajo del vestido antes de que Paula la emprendiera a golpes con su persona y, observándola con detenimiento, comentó:
—Sin duda alguna los dejarás a todos sin habla.
—¡Pedro Alfonso! ¿Cómo se te ha ocurrido hacerme eso debajo del vestido? —chilló alterada mientras se ponía las braguitas blancas de encaje que él había osado quitarle.
—Estaba aburrido y tú un poco estresada, así que decidí hacerte un favor —dijo sonriente acercándose a ella todo lo que el abultado vestido le permitía—. ¿Y ahora me dirás cuándo vendrás a mi casa a recuperar el anillo?
— ¡Cuando tú no estés Pedro Alfonso, cuando tú no estés!
—¡Eso no es justo, ricitos! Yo he cumplido muy gustoso con mi parte del trato —contestó pasándose lentamente la lengua por los labios, deleitándose aún con su sabor.
—Sólo te dije que iría a tu casa a recuperarlo, no cuándo.
—Todavía faltan algunos días para la boda, yo me puedo atrincherar en mi hogar para esperarte, pero ¿puedes tú permitirte subir al altar sin tu anillo? —provocó Pedro mostrándole el anillo y alejándolo de su alcance mientras se marchaba de la minúscula habitación jugando con él.
La modista llegó acelerada y se topó con un hombre la mar de feliz que jugaba con una alianza. Apenas le prestó atención hasta que él le comentó:
—Madame Mirage, sus vestidos son auténticas obras de arte, y el que ha elegido la novia… apenas puedo expresar con palabras lo feliz que me ha hecho.
Sólo cuando el hombre se hubo ido de su local, Madame Mirage cayó en quién era el risueño individuo que la había saludado y, mientras arreglaba una de sus creaciones más alocadas, se preguntó qué narices hacía en su tienda Pedro Alfonso. ¿Sería verdad lo que se comentaba en el bar de Zoe sobre su apuesta?
Ese día Paula deseaba más que nunca que todo el asunto de su boda finalizara pronto, pues llevaba toda la mañana probándose vestidos de novia, a cual más ridículo y tortuoso que el anterior.
Parecía que su cuñada se quería vengar del lamentable asunto del cubo de pintura obligándola a embutirse en vestidos en los que ni siquiera podía caminar. Por el contrario, su suegra le elegía vestidos de lo más pomposos que eran el doble de grandes que ella y la hacían torpe y lenta, ya que al andar arrasaba con todo lo que hubiera a su alrededor.
—¿No te gusta éste, querida? —preguntó Analia emocionada.
—Le queda fantástico, mamá —comentó con una pérfida sonrisa su malévola cuñada.
Paula se miró una vez más al espejo y rogó porque la imagen que contemplaba ante ella no fuera cierta, pero al abrir nuevamente los ojos su reflejo no desapareció: el vestido de novia por la parte superior era perfecto, se ajustaba a su figura como un guante, era de corte palabra de honor y tenía unas pequeñas mangas con hermosos adornos a los lados.
Hasta ahí todo estupendo. Pero de cintura para abajo era
tremendamente abultado e incómodo, como las faldas de las princesas de las películas del siglo XVII, o incluso más exagerada, toda llena de encajes y bordados.
«¡Tierra, trágame!», pidió Paula frente al espejo mientras sus futuras parientas políticas planeaban cómo meterla en la iglesia con ese vestido.
—No sé, aún no me he decidido —dudaba Paula.
—¡Pero si has visto más de veinte vestidos! —protestó ruidosamente Alicia.«Sí —pensó Paula—, cada uno más feo e incómodo que el anterior.»
—Eres un poco indecisa, ¿verdad? —señaló Analia como si fuera un gran defecto.
«Seguro que me hubiera decidido si me hubierais dejado elegir a mí, en lugar de traerme todas las monstruosidades que encontrabais por el camino. Podéis ser todo lo sofisticadas que queráis, pero tenéis el gusto en el culo», pensó Paula, aunque finalmente dijo:
—Creo que este estilo no va conmigo.
—Bueno, no te preocupes: mamá y yo elegiremos algunos vestidos más. Después de todo, nosotras entendemos más de moda que tú —señaló altanera Alicia.
—Tal vez yo debería mirar alguno para ver si…
—¡Quita, quita! ¡Tú relájate mientras nosotras elegimos el vestido de tu gran día! —profirió Analia alejándose decidida, seguida de cerca por la arpía de su hija.
En el momento en el que Paula se quedó al fin sola en el vestidor, se bajó torpemente del estrado y buscó en su bolso el teléfono móvil para llamar una vez más a su torturador, que hacía semanas que no cogía el teléfono.
Mientras esperaba nuevamente que saltara su contestador, se entretuvo deleitándose con la copa de champán que la exclusiva tienda del pueblo les había ofrecido para amenizar la elección del vestido.
—Al habla Pedro, ¿qué puedo hacer por ti, ricitos? —contestó una alegre voz.
Paula se tragó rápidamente el champán de una sola vez y se
dispuso a gritar toda y cada una de sus quejas al estúpido de Pedro Alfonso.
—¡He estado semanas intentando contactar contigo! ¿Dónde demonios te habías metido y qué narices has hecho con mi anillo de compromiso?
—Si no me localizabas en el móvil, siempre podrías haber venido a mi casa, ya sabes donde vivo.
— ¡Ni loca pongo un pie en tu casa! Conociéndote hubiera acabado en tu cama.
—Pues ahora que lo dices…
—¡No me puedo creer que creyeras que acabaría yendo a tu casa! ¡Ni loca! ¿Me oyes? ¡Ni loca!
—Entonces, ¿cómo voy a devolverte el anillo si no puedo verte? ¿Dónde estás ahora?
—Ahora mismo estoy eligiendo mi futuro vestido de novia —
comentó Paula orgullosa.
—¡Eso tengo que verlo! —indicó Pedro, jocoso—. Conociendo el gusto de tu futura familia política, seguro que te han vestido como un buñuelo con lazos.
—¡Eso es mentira! —contestó mientras fruncía el ceño ante su imagen, que no distaba mucho de la descripción de Pedro—. Mi familia política tiene un gusto impecable.
—Aja, ¿dónde estás? —rió Pedro, muy entretenido.
—¡Tú no puedes aparecer por aquí! No eres bienvenido…
—¿A que estás en la tienda de novias de Madame Mirage?
—No se te vaya a ocurrir…
—Aparecer —terminó Pedro con sorna mientras cerraba su móvil delante de ella y la rodeaba admirando su horrendo vestido—. Tienes razón, no tienen un gusto malo, simplemente es pésimo. ¡Dios! ¿Puedes siquiera andar con eso?
—¡Fuera de aquí antes de que mi familia aparezca! —gritó Paula señalándole la salida.
—¿Qué crees que pensarán ellas cuando les enseñe esto? —dijo sacando la alianza de Jorge de su bolsillo.
—¡Dámela! —exigió Paula intentando arrebatársela moviéndose con dificultad por culpa del vestido.
—¡Ah, no tan rápido! —comentó Pedro volviendo a guardar la alianza —. ¿Qué me darás a cambio de ella? —preguntó lascivamente mientras recorría su cuerpo con los ojos.
—¿Cómo que qué te daré? Lo que haré será denunciarte como ese anillo no vuelva a estar mañana en mi dedo.
—Bien, ¿y le describirás a la policía con todo lujo de detalles cómo lo perdiste? —pregunto irónico—. Porque, si a mí me preguntan, tendré que decir toda la verdad. Ya sabes que no me gusta mentirle a la policía.
—Pedro Alfonso, ¿me estás chantajeando?
—No, digamos más bien que te estoy dando tiempo para que elijas correctamente.
—¡Eres una sucia sabandija! —exclamó enfurecida mientras le arrojaba a la cabeza todo cuanto estaba cerca de ella.
—Paula, como no te calmes vas a tener que explicarles a tus queridas parientas el motivo de este alboroto —sonrió divertido a la furiosa novia.
—¡Me da igual! Y quiero que te quede claro una cosa, Pedro: no voy a volver a acostarme contigo jamás. Por más que intentes manipularme para que caiga en tus redes, eso no pasará nunca más.
—Entonces, cielo, creo que guardaré este anillo tan valioso hasta que decidas venir a por él. Ya sabes dónde encontrarme —repuso Pedro dispuesto a marcharse del vestidor cuando de repente oyó las animadas voces de dos chillonas mujeres que se dirigían hacia el probador donde se hallaba Paula.
—¡No puedes marcharte por allí, te verán mi suegra y mi cuñada y se preguntarán qué narices haces aquí! —señaló Paula presa del pánico ante el posible desastre.
—¿Por dónde demonios salgo? No hay otra salida que no sea ésa, y me parece ridículo esconderme de las dos arpías.
—¡Por favor, Pedro, escóndete! No quiero que hablen más de nosotros. Bastante comenta ya todo el pueblo gracias a tu maldita apuesta —rogó Paula atormentada.
—Bien, pues tú me dirás dónde me meto, porque soy un hombre lo bastante grande como para no poder ocultarme en una habitación de por sí minúscula. No hay nada tan grande en este lugar como para que quepa dentro.
Paula recorrió con la vista rápidamente cada uno de los rincones del vestidor intentando hallar un espacio adecuado a las dimensiones del cuerpo de Pedro. En su desesperación por esconder su presencia no deseada de los ojos maliciosos de su futura familia, admiró una vez más su horrendo pero a la vez inmenso vestido y comentó mientras lo alzaba:
—¡Abajo!
—¡Debes de estar de broma! Ni loco me meto ahí —indicó Pedro exasperado.
—Te prometo ir a tu casa para recuperar el anillo —anunció Paula con un suspiro poniendo fin a sus protestas.
—¡Que conste que hago esto por ti, que si por mí fuera…!
—¡Sí! ¡Sí, vale! ¡Pero escóndete rápido! —apremió Paula con urgencia.
Paula volvió a ponerse en el estrado para las pruebas y Pedro se escondió bajo su inmenso vestido. Efectivamente el vestido era tan gigantesco que podían caber por lo menos dos como él bajo ese espantoso atuendo.