miércoles, 9 de agosto de 2017

CAPITULO 9




Pasó el tiempo y, cuando llegaron a la etapa de la adolescencia, los dos acérrimos enemigos empezaron a acercarse mutuamente atraídos el uno por el otro, pero, como ocurre con dos iones positivos cuando se acercan demasiado, acababan repeliéndose.


Pedro, con dieciocho años y muy próximo a graduarse, se había convertido en un joven fuerte y atlético. Con su metro ochenta y cinco de estatura, sus hermosos ojos castaños, su melena negra y su atractivo rostro de rebelde desvergonzado, era el preferido de las chicas. Además era el capitán del equipo de fútbol americano y, aunque sus notas no eran deslumbrantes, todos estaban seguros de que recibiría una beca por ser un gran jugador.


Paula era un hermosa joven de preciosos ojos azules cuya melena de rizos rubios y rosto angelical iban acompañados por un cuerpo que comenzaba a destacar por unas insinuantes curvas, las cuales tentaban a más de un joven atolondrado aunque ella apenas se percataba, ya que estaba muy atareada con sus múltiples actividades: era delegada de clase, presidenta del club de arte, columnista en el periódico del instituto y formó parte de las animadoras hasta que, entre partido y partido, comenzó a animar al equipo contrario para que placaran a Pedro.


Después de eso las demás animadoras la expulsaron, pero eso no desilusionó a Paula, quien siempre que venía un equipo visitante al campus se unía a él en sus ánimos por abatir al capitán.


Las notas de Paula eran brillantes con tan sólo dieciséis años, y todos creían que tendría un gran futuro relacionado con el arte.


Ambos contaban con admiradores a los que apenas les prestaban atención, y por eso las apuestas ahora giraban en torno a cuándo se darían cuenta de su mutua atracción y, por supuesto, acerca de cuál de los dos espantaría primero a la pareja del otro, porque si bien nunca admitirían que se gustaban, tampoco dejaban que el otro saliera mucho tiempo con alguien. Eran como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer.


Por eso nadie se extrañó demasiado cuando una de las apuestas la ganó Jeff, que apostó que el primer beso de Doña Perfecta se lo daría el Salvaje.


Y así fue que a los dieciséis años Paula recibió su primer beso.



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