miércoles, 9 de agosto de 2017

CAPITULO 8





«Pobrecita», pensaba Jorge, el profesor de ciencias, mientras veía como Paula daba una nueva cabezada delante de su examen. Se había enterado, por los cotilleos del pueblo, que la chica había recibido una serenata de Pedro Alfonso la noche anterior y, por los comentarios de los vecinos, el chico debería haber sido sacrificado antes de empezar el concierto.


Esa mañana una multitud había acudido en masa a la tienda de instrumentos musicales y habían amenazado al dueño con grabar el próximo concierto de Pedro y obligarle a oírlo si se atrevía a alquilar más instrumentos a ese chaval.


El chico lo tenía crudo si pensaba dedicarse a la música. El profesor de dicha materia había sido amenazado por la directora: si Pedro tocaba aunque sólo fuera una pandereta, estaba despedido. Desafortunada, Paula había tenido que oír la serenata de ese salvaje, ¡a la que muchos habían descrito como parecida a una vaca moribunda mientras era apaleada por un equipo de futbol! ¡Cómo sería eso…!


Sin previo aviso, a sus oídos llegó un horrendo sonido. 


Parecía que estuvieran torturando a alguien. Finalmente, tras asomarse a la ventana, pudo ver que Pedro esa mañana daba clase de gimnasia al aire libre y que pasaba una y otra vez junto a la ventana cantando We are the champions.


El profesor de ciencias, antes de cerrar la ventana, decidió que Pedro no tenía talento musical y que la pequeña Paula merecía un diez por su esfuerzo.








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