viernes, 11 de agosto de 2017
CAPITULO 17
Definitivamente, Paula no era como las demás: era peor.
Cuando Pedro la tumbó en su cama, ella comenzó a retozar como una gatita. Pedro miró embobado como una preciosa rubia de largas piernas y ataviada con un minúsculo vestido negro se movía insinuantemente hacia él. El vestido negro carecía de mangas, por lo que sólo sus preciosos y firmes pechos lo retenían en su sitio, y él se preguntó una vez más si llevaría sujetador.
A cada movimiento que Paula hacia, el vestido se alzaba un poco más por la parte inferior, mostrando sus largas piernas.
Pedro estaba paralizado aguantando el deseo de arrancarle el vestido y hacerla suya en la cama, en el suelo, en el baño, contra la pared…, con su Paula cualquier sitio imaginable era posible.
Ella gateó por la cama hasta que estuvo frente a él con mirada lujuriosa.
Se alzó poniéndose de rodillas y le dijo con una voz sensual:
—¿Quieres saber si me han crecido los melones? —Tras esta pregunta se bajó la parte de arriba del vestido y puso los pechos directamente en la cara a Pedro.
El poco autocontrol que había tenido hasta ese momento se esfumó cuando vio ante si esos perfectos senos, que no eran ni muy grandes ni muy pequeños, con sus rosados pezones erectos y excitados a la espera de sus caricias, de sus besos, de su lengua...
—Mañana te vas a arrepentir de esto... —dijo Pedro como último recurso para hacerla entrar en razón.
La respuesta de ella fue acariciarse los pechos con una mano mientras la otra bajaba hacia sus minúsculas braguitas negras, que empezaban a asomar debajo del vestido.
—Pero yo pienso recordar cada instante... —comentó Pedro en voz alta diciéndole adiós a su autocontrol.
Pedro hundió la cabeza entre sus pechos a la vez que la recostaba en su cama. Paula agarró sus negros cabellos acercándolo más a ella y él le dio lo que su cuerpo pedía.
Pedro se deleitó con sus turgentes senos, besándolos con pasión, acariciándolos con deseo. Sus dedos juguetearon con uno de sus pezones, pellizcándolo, haciéndola arquearse de necesidad y frotarse contra la dura erección de sus pantalones. Su boca estaba ocupada succionando y mordisqueando el otro pecho, volviéndola loca de deseo en el proceso.
Pedro le quitó el vestido sin que ella apenas se diera cuenta. Paula abrió sus piernas para rozarse libremente contra la poderosa erección de Pedro, y sus manos forcejearon con la camisa para poder acariciar el musculoso pecho que tantas veces había observado en el campo de futbol.
Pedro no dejó de besar su ardiente cuerpo mientras la ayudaba en sus intentos por librarse de su camisa. Paula gritó extasiada cuando por fin pudo acariciar su fuerte pecho, pero él no le dejó mucho tiempo para deleitarse con ello, pues agarró las manos de ella con una de las suyas y las retuvo por encima de su cabeza mientras seguía su camino de besos hacia sus braguitas.
Con su mano libre, Pedro se las arrancó de un tirón y acarició su húmeda entrepierna, mientras ella desvergonzadamente se frotaba contra su mano. Su boca descendió por el ombligo, lamiendo, besando, pasó por su cadera, y finalmente soltó sus manos prisioneras para poder coger el trasero de Paula firmemente y alzarlo mientras su boca devoraba su húmedo interior haciéndola gritar una y otra vez su nombre.
Paula agarró con fuerza las sábanas mientras su cuerpo se
contorsionaba contra la boca de Pedro pidiendo la liberación.
La lengua de Pedro jugó, succionó y excitó hasta el límite su joven cuerpo, y cuando estaba cerca del orgasmo paró para volver a empezar, haciéndola suplicar una y otra vez que pusiera fin a su tortura.
Paula finalmente recibió lo que tanto ansiaba cuando, además de la lengua, Pedro introdujo despacio un dedo en su interior, haciéndolo entrar y salir simulando lo que sería la unión de sus cuerpos.
Paula se arqueó, tembló y gritó su nombre ante el orgasmo.
Pedro se separó de ella por unos instantes y se deshizo rápidamente del resto de sus ropas.
Ella miró asustada su enorme erección y él supo en ese instante que no podía seguir adelante.
—¿Eres virgen? —preguntó temiendo la respuesta.
—Sí —contestó Paula sonrojada—. ¡Pero te quiero dentro de mí, ya! —añadió totalmente decidida.
—Paula, no puedes querer que tu primera vez sea conmigo borracha y aturdida. Tu primera vez debes recordarla como algo especial. ¡Joder! No quiero sentirme como un cabrón cuando te despiertes mañana y veas que te he robado la virginidad, no quiero que me culpes y me hagas sentir como una mierda, yo…
Pedro se interrumpió cuando Paula comenzó a acariciar su rígido miembro con una delicadeza e inexperiencia que lo hacía enloquecer.
—Bueno, ¿entonces me estás diciendo que no te acostarás conmigo hoy porque estoy borracha, o que no te acostarás nunca conmigo porque soy virgen?
Pedro la miró con la decisión de un hombre enamorado y le prometió:
—Siempre que tenga oportunidad, ricitos, me voy a acostar contigo, pero nunca me aprovecharé de ti.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora? —preguntó ladinamente cogiendo con fuerza su miembro con la mano mientras la movía despacio hacia arriba y hacia abajo.
Pedro gimió mientras respondía entrecortadamente:
—Yo… darme… una ducha… de agua fría, y tú…
—Tengo una idea mejor —interrumpió Paula excitada, y seguidamente se introdujo el miembro de Pedro en la boca y comenzó a lamerlo y succionarlo llevándolo al límite.
—Definitivamente tu idea es mucho mejor... —gimió Pedro dejando de resistirse y agarrando fuertemente sus rubios rizos mientras guiaba su inexperta boca hacia su polla y movía violentamente sus caderas una y otra vez en busca de su éxtasis.
Aunque Paula no dejó de ser virgen esa noche, sí hicieron muchas cosas de las que a la mañana siguiente podía llegar a arrepentirse.
Mucho más tarde ambos amantes durmieron desnudos y felices: Pedro decidido a volver a tenerla en sus brazos, y Paula resuelta a poner en su lista: «10. Que sea el mejor amante del mundo.»
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Me encanta esta historia, es tan divertida. Ojalá mañana no se arrepientan.
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