sábado, 12 de agosto de 2017

CAPITULO 18




El día que juré no beber nada que contuviera una sola gota de alcohol me desperté con una sonrisa en los labios y el cuerpo lánguido y satisfecho.


Un poco confusa al notar sobre mi cintura un fuerte brazo masculino, abrí los ojos y me di cuenta de que no estaba en mi habitación, sino en una muy varonil, con pósteres de chicas en biquini y banderas de equipos de fútbol que adornaban las paredes mientras el suelo era un caos de ropa revuelta.


Miré bajo las sábanas que envolvían mi cuerpo y comprobé que estaba desnuda.


Me entró el pánico cuando a mis espaldas oí unos suaves ronquidos.


Poco a poco tomé aire y me concentré en recordar lo que había sucedido la noche anterior, para saber con quién narices me había acostado antes de llevarme el susto de mi vida al verlo.


Bien, la noche había comenzado con Thomas Walter. 


Habíamos bailado abrazados y haciéndonos arrumacos hasta que tropezamos con el detestable de Pedro, que bailaba entre dos pechugonas lascivas. Entonces, sin saber por qué, me sentí furiosa y comencé a beber como un cosaco.


Si la noche había comenzado con Thomas, lo más seguro es que fuera Thomas con el que me había acostado, así que me daría la vuelta, le desearía buenos días, le explicaría que estaba demasiado borracha como para recordar nada y seguiríamos con la relación de amigos, tal vez como algo más si llegaba a recordar si la noche había sido satisfactoria o no.


«Pero... un momento», objetó mi mente confusa; recordaba a un Thomas apaleado y arrojado a la piscina, y haber sido cargada al hombro por un cavernícola. También recordaba una conversación que mi hermano Daniel mantuvo con el cavernícola y después… ¡Oh, no! ¡Oh, no! ¡Mierda, me había acostado con Pedro y había sido plenamente satisfactorio!


Me volví cuando escuché la voz que confirmaba mis sospechas dispuesta a gritar, pero me quedé muda cuando vi su torso desnudo y su sonrisa de satisfacción en los labios mientras repetía alegremente:
—Buenos días, ricitos.


Pedro sonreía sin dar crédito a que Paula estuviera aún en su cama.


Pensó en repetir lo sucedido la noche anterior, pero por su bonita cara de espanto sospechaba que, si intentaba ponerle una mano encima, acabaría manco de un mordisco.


Ella lo miró confusa, como en estado de shock.


Cuando él le dio los buenos días, ella se levantó llevándose la sábana consigo enrollada en su cuerpo, y mientras recogía su ropa del suelo lamentaba una y otra vez en voz alta:
—¿Qué he hecho?, ¿qué he hecho?


Pedro se apresuró a ponerse los pantalones e intentó hablar con ella antes de que se encerrara en el baño de su habitación, pero llegó tarde y definitivamente su conversación fue con la puerta.


—Paula, no nos acostamos —dijo Pedro pensando que la calmaría.


— ¿Y entonces por qué estoy desnuda? —quiso aclarar en tono acusador.


—Porque hicimos otras cosas… —intentó explicar Pedro.


—¡Qué!, ¿qué cosas? —preguntó histérica desde el baño—. No, no me lo cuentes, prefiero no saberlo. ¿Cómo pudiste seducirme, Pedro? ¡Estaba borracha!


—Paula, yo no comencé la seducción: fuiste tú, y yo traté de resistirme, pero no soy de piedra, ¿sabes?


—Ya claro, a ver, ¿qué fue eso que hice que te tentó tanto como para que tú, todo un hombre, no pudieras resistirte a mí? —quiso saber Paula mientras salía del baño totalmente vestida en busca de sus zapatos.


—Me pusiste tus pechos desnudos delante de la cara y comenzaste a sobártelos mientras tu otra mano iba…


Paula puso su mano en la boca de Pedro para acallarlo y le dijo amenazadoramente:
—¡Ni una palabra más! —después retiró la mano, no antes de que Pedro le diera un rápido beso en ella.


—¿Qué hicimos? Y sin detalles, por favor —especificó Paula mientras se ponía sus zapatos antes de que Pedro comenzara con su relato.


—Bueno, excepto la penetración, porque me negué al darme cuenta de que eras virgen, de todo —explicó Pedro sintiéndose culpable.


—¿Y se puede saber cómo supiste que era virgen? —pregunto Paula curiosa y espantada.


—¡Tú me lo dijiste! —exclamó Pedro—, yo iba a darme una ducha de agua fría y a dejarte sola cuando tú...


—¿Cuando yo qué? —preguntó Paula histérica.


—Te la metiste en la boca y yo no pude pensar.


—¿Qué me metí en la boca? —preguntó confusa hasta que Pedro le señalo su entrepierna nuevamente excitada por la conversación.


—¡Oh, no! ¡Oh, no! ¡Dime que no te hice lo que creo que te hice!


—Varias veces a lo largo de la noche —contestó Pedro con una sonrisa de satisfacción.


Paula, decidida, caminó hasta ponerse a su altura, algo un poco difícil ya que Pedro, con su metro ochenta largo, le sacaba una cabeza, y mirándolo directamente a los ojos le aclaró la situación:
—Tú y yo nunca hemos pasado la noche juntos, tú y yo nunca hemos hecho todo lo que según tú hicimos, y tú y yo nunca volveremos hacer nada de eso —dijo mientras señalaba las sábanas revueltas.


Pedro la miró con determinación y agarrándola fuertemente contra su cuerpo la besó hasta dejarla lo bastante aturdida como para que lo escuchara.


—Tú y yo hemos pasado juntos una noche maravillosa, tú y yo hemos hecho todo lo que recuerdas y más, y tú y yo volveremos a acostarnos cuando estés sobria y no tengas duda alguna de lo que estamos haciendo.


—¡Ni en tus sueños! —contestó Paula acercándose a su boca y tentándolo con ella.


—Ya lo veremos, ricitos, ya lo veremos —contestó Pedro dejándola marchar.


Paula bajó las escaleras de casa de los Alfonso corriendo hacia la salida, rezando para que nadie la viera salir de ese lugar a esas horas y con ese aspecto.


Cuando abrió bruscamente la puerta encontró ante si a su hermano Daniel, igual de descompuesto que ella, que se disponía a llamar al timbre.


—¿Qué haces aquí? —preguntó Paula avergonzada.


—He venido a recogerte. Por lo que veo ya has dormido la mona.


—¡Paula! —gritó Pedro, que había bajado las escaleras tras ella; se detuvo bruscamente al ver a su amigo y con una sonrisa retadora le advirtió —: La próxima vez te haré suplicar.


Paula respondió cerrando la puerta tras de sí con un tremendo portazo.


—Ya estáis otra vez peleándoos, ¡ni que fuerais novios! —se quejó Daniel tras ver el comportamiento de ambos.


—¡Oh, cállate, Daniel! —gritó Paula volviéndose hacia su hermano.


«Si las miradas matasen, yo ya estaría fulminado en el suelo», pensó Daniel mientras se dirigía a casa preguntándose qué habría pasado esta vez entre esos dos.













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