viernes, 11 de agosto de 2017

CAPITULO 15





En cuanto Paula Chaves cogió el teléfono y comenzó a llamar a los vecinos del pueblo que habían participado en la obra de Navidad, todos acudieron intrigados. Pero cuando se corrió la voz de que Pedro Alfonso también estaba implicado en la fechoría que planeaba Paula, el pueblo entero se confabuló, pues ni uno solo de los habitantes de aquel lugar quería perderse lo que esa noche estaba ocurriendo en el granero del viejo Joe.


Todos recibieron un papel por parte de la perfecta directora de escena, ya fuera hacer de mafioso, de víctima o de cadáver.


Y así fue como Mauricio se encontró colgado de un largo gancho del techo del granero, mientras era zarandeado por un hombre con medio rostro quemado y mirada amenazante que le gritaba:
—¡Eh, tú! ¡Sabandija! ¡Despierta! El jefe quiere hablar contigo, no le ha gustado nada que maltrates a uno de sus chicos.


Cuando Mauricio se despertó, miró confuso lo que le rodeaba.


Se hallaba en un granero, posiblemente abandonado. No muy lejos de él un hombre robusto vestido con un elegante traje de Armani permanecía sentado en un sillón mirándolo fijamente. A su lado había dos jóvenes que vestían demasiado bien para ser simples muchachos del lugar. El viejo con la cara abrasada le hizo dar vueltas para que observara todo lo demás que le rodeaba.


Mauricio se mareó, pero pudo ver como una fila de hombres bien armados custodiaba la única vía de escape.


Se dispuso a preguntar bruscamente qué narices hacía él allí si minutos antes estaba hablando con su hijo. En ese momento Pedro entró por la puerta con una joven de su edad, más o menos amordazada y atada, con lágrimas en los ojos.


Por lo visto el chico se había cambiado de ropa después de la pelea y ahora lucía una cara y elegante chaqueta de cuero de color negro, sobre pantalones y camisa de marca y unas gafas de sol que lo hacían parecer mayor y más peligroso. 


Después de todo, su hijo sí tenía dinero.


—¡Serás cabrón! ¡Yo quedándome con tus migajas y tú despilfarrando el dinero! —le gritó Mauricio a su hijo.


Pedro lo miró despectivamente, como si fuera basura, e ignorándolo habló con el que parecía ser el jefe.


—Vittorio, ¿cuándo nos desharemos de él? Ya sabes que tiene que ser antes de que regrese mi madre.


—¿Cómo que deshacerse de mí? —preguntó Mauricio confuso sin que su mente registrara aún donde se había metido.


—No te preocupes hijo, todo a su debido tiempo, resolvamos primero otros asuntos de mayor importancia —contestó el hombre con un leve tono italiano, apenas perceptible, en su voz.


Mauricio, tras escuchar al mafioso, comenzó a pensar que su hijo no se traía nada bueno entre manos. Pero aún no suplicó, él no era de los que imploraban y su vástago era de los buenos, seguro que todo era un malentendido, pensó mientras miraba cómo la angelical rubia de ojos azules lloraba con desesperación y gritaba histérica tras su mordaza.


De repente, para su consternación, otros hombres entraron cargando a un individuo de mediana edad que había sido terriblemente golpeado. Lo pusieron de rodillas delante de Vittorio y lo hicieron besarle los pies.


Cuando alzó el rostro, suplicó al mafioso mientras miraba a la rubita que cada vez gritaba más histérica.


—¡Por favor, le pagaré, señor Vittorio! ¡Le pagaré! No era mi intención retrasarme en el pago, pero, por lo que más quiera, ¡suelte a mi hija!


—Me he quedado con tu casa, ahora me quedaré con tu hija hasta que saldes tu deuda —concluyó el mafioso sin inmutarse ante la desesperación del hombre—. Llevadlo fuera y, si intenta volver a entrar, matadlo — sentenció el señor Vittorio mientras sus hombres se llevaban al otro a rastras.


Poco después de que la puerta se cerrase nuevamente, se oyeron gritos y forcejeos y finalmente unos fuertes disparos.


—Id a ayudarlos —ordenó Vittorio a los jóvenes que estaban junto a él, con rasgos similares a los suyos.


—Pero, padre, ¿y la chica? —protestó uno de ellos mirando con ojos lascivos a la pobre rubia.


—La chica no es para ti, es para mi nuevo hijo —contestó alegremente señalando a Pedro—. Chico, disfruta de tu regalo por tan magnífico partido.


Mauricio observó asombrado como su buen hijo, que siempre parecía asustado cuando él venía a verlo, se convertía en un cabrón despiadado delante de sus ojos.


Pedro cargó con la chica al hombro hacia un lugar oscuro donde se escucharon gritos espantosos, insultos, forcejeos y desgarros de ropa.


Él era el único horrorizado en aquel lugar, todos los demás permanecían inmutables; entonces fue cuando comenzó a temer por su vida y a temblar como un animalillo asustado.


—¿Qué quiere de mí? —preguntó al mafioso un asustado Mauricio.


—¿Yo? —preguntó Vittorio con inocencia—. Poca cosa, tan sólo que firmes los papeles del divorcio y dejes en paz a mi nueva esposa. Mi nuevo hijo, por el contrario, quiere tu sangre y a mí siempre me gusta tener contentos a mis chicos.


—¿Tú te vas a casar con Penélope? —preguntó Mauricio confuso y asustado.


—Sí, ella me proporciona una buena posición en el pueblo, es muy dulce y nunca se entera de nada. Así que, ¿por qué no?


—¡Eres un mafioso! —aclaró aterrado Mauricio.


—¿Tú crees? —contestó el hombre del rostro quemado entre carcajadas.


—¡Haré lo que tú quieras, pero, por favor, suéltame! —empezó a suplicar Mauricio.


—Me das pena, así que firma los papeles y márchate —concedió Vittorio—, pero, como te vuelva a ver por este pueblo, mis hombres se encargarán de ti.


Los hombres del mafioso soltaron a Mauricio, que tembloroso firmó los documentos. Cuando ya se dirigía a la salida vio cómo la chica que había sido secuestrada, y seguramente violada, corría hacia la puerta pero sin llegar a obtener la libertad, porque su hijo sacó una pistola y delante de él la mató a sangre fría, luego lo apuntó con el arma y, mientras Mauricio temblaba de miedo ante la perspectiva de una muerte segura, el mafioso cumplió su palabra ante sus asombrados ojos:
—Déjalo chico, no volverá a molestarte —ordenó firmemente
Vittorio.


Los ojos fríos y furiosos de Pedro miraron a su padre desde detrás de un arma, pero al final la bajó no sin antes advertirle:
—No vuelvas por aquí. ¡Jamás!


Mauricio salió corriendo del lugar sin volver la vista atrás y, cuando lo perdieron de vista por todos, la chica cadáver se levantó y felicitó a todo el mundo por una gran actuación.


Horas más tarde los habitantes de Whiterlande montaron una fiesta en el granero del viejo Joe, con cerveza y música, y, por supuesto, apuestas.


Jeff apostó a que la tregua entre esos dos no duraría mucho; ninguno estuvo de acuerdo con él hasta que oyeron como la perfecta Paula gritaba furiosa.


—¡Me tocaste una teta!


—Te juro que fue sin querer —dijo Pedro levantando sus manos en señal de rendición—. Además, ricitos, yo no sabía que tuvieras de ésas.


—¡Idiota! —gritó Doña Perfecta antes de tirarle un zapato a Pedro y salir cojeando de la reunión.


El bote, finalmente, fue para Jeff.



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