sábado, 19 de agosto de 2017
CAPITULO 42
«¡Fiel, las narices!», pensaba Paula dirigiéndole otra sonrisa
fingida a Pedro, quien no dejaba de devorarla con los ojos.
Desde que habían entrado en el restaurante no había dejado de sobarla sutilmente.
Parecía ser que su vestido de diseño italiano lo traía loco: se trataba de un vestido de tirantes, rojo, corto por las rodillas, entallado, con un insinuante escote por delante y por detrás, ya que enseñaba gran parte de su espalda.
Llevaba los mismos zapatos rojos que esa mañana y un bolso rojo de noche que hacía juego con ellos.
Se había vestido para seducir, pero creyó que él se resistiría un poco más ante los avances de una desconocida. Quitó una vez más la mano que por debajo de la mesa acariciaba su muslo hacia lugares más prohibidos mientras intentaba sonsacarle información.
—¿Y no estás esperando a nadie especial? —preguntó Paula
—Sólo a ti, rubita —contestó él atrevidamente.
—Entonces, ¿en estos momentos no hay nadie en tu vida ni lo habrá dentro de poco? —quiso saber Paula, molesta.
—Bueno, para serte sincero hay una chica con la que me voy a casar, pero primero tengo que convencerla de que soy perfecto para ella.
—¿Ah sí? ¿Y cómo lo harás? —indagó algo enojada.
—No te preocupes, ella no puede resistirse a mis encantos —se vanaglorió Pedro sonriendo a Doña Perfecta.
—¿Y cómo es esa mujer con la que piensas casarte?
—¿Ella? Testaruda, quisquillosa, en ocasiones algo despiadada, no sabe cocinar, constantemente pierde los zapatos porque acaba tirándomelos a la cabeza…
—¡Vaya, qué virtudes! —ironizó Paula interrumpiéndolo,
mordiéndose la lengua para no insultarlo.
—Sí, ¿a que es perfecta? —exclamó Pedro, poniendo una vez más su mano sobre su muslo.
Paula, ya desquiciada, apartó bruscamente su mano y se dirigió hacia los lavabos de señoras.
—Idiota descerebrado, batracio apestoso, sapo y mil veces sapo… — insultó al espejo sabiéndose sola.
Cuando oyó abrirse la puerta, intentó mantener la compostura simulando retocar su maquillaje, hasta que unas fuertes y masculinas manos le rodearon la cintura y la pegaron contra un musculoso cuerpo.
Miró al espejo donde su atacante le devolvía la mirada risueño mientras besaba lentamente su cuello. Paula vio a Pedro confusa y excitada, su cuerpo se recostó contra el de él, languideciendo ante sus caricias, que habían pasado de rozar su cintura por encima del vestido a agarrar uno de sus pechos con una de sus hábiles manos, torturando con sus dedos el enhiesto pezón. Paula gimió estimulada por sus manos.
—Mi mujer perfecta también es apasionada —besó su cuello—, hermosa como ninguna otra —lo lamió—, una gran artista —la mordisqueó suavemente—, y es la única mujer en la que puedo pensar día y noche.
Una de sus manos se dirigió hacia su entrepierna y alzó su vestido introduciéndose en su braguitas de encaje.
—¿Y por qué no estás con ella? —se estremeció Paula confusa intentando resistirse a él.
—Lo estoy... —comentó adentrando uno de sus dedos en su húmedo interior—. Paula… —sacó el dedo y lo introdujo de nuevo, lentamente, acariciando en el proceso su clítoris, haciéndola gemir—. Cuando te pongas esos zapatos… —introdujo otro dedo dejando que ella moviera sus caderas desesperadamente contra su mano, mientras sacaba uno de sus pechos del confinamiento de su vestido y lo pellizcaba produciendo a la vez dolor y placer— ... recuerda quién te los regaló.
Paula no pudo más y se convulsionó contra su mano llegando al orgasmo mientras gritaba de placer. Su cuerpo extenuado y tembloroso se apoyó en él mientras su cerebro desconectado intentaba recordar las palabras de Pedro.
Cuando juntó todas las piezas del rompecabezas, se apartó furiosa de él y lo encaró llena de ira.
—¡Lo sabías! ¡Desde un principio sabías que era yo y no me dijiste nada!
—Quería averiguar lo que traías entre manos. ¿Qué pasa, Paula? ¿No te gusta que jueguen contigo, pero tú sí puedes jugar conmigo? — preguntó Pedro molesto con su manera de actuar.
—Sólo quería saber si aún te acordabas de mí —respondió Paula confusa.
—¿Seduciéndome con otro nombre?, ¿haciéndote pasar por otra?
—No..., no quería llegar tan lejos —comentó arrepentida.
—¿Eso es lo que has aprendido en Nueva York, a tirarte a
desconocidos en los lavabos de los restaurantes? —Pedro se dejó llevar por su furia y en el mismo instante que estas palabras salieron de su boca supo que eran un error—. Lo siento, Pau…
Paula no aceptó sus disculpas y cruzó su cara de una bofetada.
—¡No soy tu novia, Pedro Alfonso! ¡No soy tu amante para que me exijas nada, y a partir de ahora no soy siquiera tu amiga! Para tu información, he tenido la oportunidad de tirarme a muchos hombres, pero estaba trabajando duro y no mezclo el placer con los negocios. Querías cuatro años para demostrarme algo y lo has hecho: ¡eres el último hombre del mundo con el que me casaría! Te ha sobrado tiempo para demostrarme lo imperfecto que eres.
Paula salió del baño con restos de lágrimas en los ojos, sin correr, sin descontrolarse, con un perfecto y rápido paso que marcaba la salida de una diosa.
Pedro corrió detrás de ella dispuesto a ponerse de rodillas para obtener su perdón, pero el destino fue más rápido que él y Pedro observó desde lejos y sin poder hacer nada como a Paula se le caía el bolso al suelo cerca de unos caros zapatos de hombre y un elegante traje negro de Armani. El hombre se agachó junto a ella y educadamente la ayudó a recoger sus cosas mientras le tendía uno de sus inmaculados pañuelos blancos para que enjugase sus lágrimas; ella sonrió ante una broma del engalanado hombre de negro y, cuando se incorporaron, como Pedro temía, Don Perfecto la acompañaba fuera del local con suma elegancia.
Había visto el magnífico encuentro desde fuera como un simple espectador de una pésima película romántica, y esa historia no le gustaba nada, ya que él era el malo.
Destrozado por la idiotez de sus actos, llamó a sus amigos para que lo ayudaran a arrastrarse para obtener el perdón de su hermana.
—A Paula nunca debes hacerla enfadar —señaló Daniel.
—Porque Paula nunca perdona —añadió Jose.
Sus amigos eliminaron así las últimas esperanzas que tenía su estúpido corazón de no haberla perdido para siempre.
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