sábado, 19 de agosto de 2017
CAPITULO 41
Todos los hombres en el bar de Zoe volvieron sus ojos hacia la puerta cuando una despampanante rubia de pelo corto liso y ojos azules entró por ella.
Sus caderas se bamboleaban sobre unos tacones rojos de infarto. Su falda de tubo podría parecer sobria si no fuera porque se pegaba a todo su cuerpo como un guante, torneando su hermoso trasero. La elegante blusa roja se adhería a su cintura, moldeando sus pechos y mostrando a través de su escote el bordado negro de una selecta ropa interior. Una chaqueta negra que completaba su atuendo colgaba del hombro despreocupadamente mientras caminaba con decisión hacia una de las sillas vacías que se hallaban junto a Pedro Alfonso.
—¿Estás solo? — le susurró al oído inclinándose hacia él y
mostrándole su ropa interior.
—Sí, estoy solo, ¿quieres una copa? —preguntó el Salvaje
devorándola con la mirada.
—Pues ahora que lo dices, estoy sedienta. ¡Hola, me llamo Amanda! —dijo alegremente tendiéndole la mano.
Él cogió con delicadeza su mano y se la llevó a sus labios, besándola con ternura; luego le dio la vuelta despacio y besó su muñeca, seduciéndola con sus labios. Cuando por fin la dejó escapar, se presentó con un tono seductor que la hizo temblar.
—Me llamo Pedro Alfonso, ¿qué hace una chica como tú por aquí?
—Agobiada por la gran ciudad, he venido a este recóndito pueblecito, pero me aburro con facilidad, ¿me puedes decir qué puedo hacer para divertirme? —preguntó mientras sus finos dedos acariciaban provocativamente su muslo, acercándose cada vez más a su miembro.
—Si quieres podemos quedar esta noche para cenar en un buen restaurante, luego te puedo enseñar lo que tú quieras. —Él movió su femenina mano lentamente hasta depositarla sobre su erección y mostrarle lo que en verdad quería enseñarle.
—Vale, de acuerdo —dijo Paula tragando saliva e intentando retirar su mano—. Pero quedamos aquí y luego me guías hasta el restaurante.
Al final Pedro dejó su mano libre; ella se puso en pie decidida a marcharse, pero él se bajó del taburete, la cogió bruscamente y la pegó a su firme cuerpo mientras le susurraba al oído:
—A las siete y media aquí, no lo olvides rubita.
Después de besar su cuello la dejó ir temblorosa hacia la salida y, cuando por fin estuvo fuera del alcance de su vista, sonrió satisfecho hacia sus amigos, que se dirigían furiosos hacia él.
—¿Se puede saber quién era ésa? —gritó furioso Jose.
—¡Sí! ¡Dices que te mueres por Paula y, a la primera tía buena que se te pone por delante, la olvidas! —recriminó Daniel.
—¡Si piensas que te vamos a ayudar a conquistar a nuestra hermana cuando ya estás pingoneando por ahí, estás loco! —continúo Jose
—¿Habéis acabado ya con vuestro sermón? —preguntó Pedro hastiado.
—¡No! —contestaron los dos hermanos furiosos, y antes de que los Alfonso se aliaran para pegarle un tiro, Pedro los interrumpió.
—Lo mejor que podemos hacer es dejarlo en manos de papá y su escopeta, seguro que él…
—Chicos, chicos, ésa era vuestra hermana —aclaró Pedro dejándolos con la boca abierta.
—¡Eso no puede ser! —exclamó Jose.
—¡Ni siquiera nos ha saludado! —se quejó Daniel.
—Se ha hecho pasar por otra chica; no sé por qué pensó que yo no la reconocería —comentó Pedro.
—Tal vez porque está muy cambiada —señaló Jose.
—Reconocería a tu hermana aunque se vistiera con un saco de patatas y se rapara al cero. Además, los zapatos que llevaba se los regalé yo — sonrió lobunamente al recordar el día en el que la obsequió con ese presente.
—Sigo sin pensar que esa chica pueda ser Paula, está demasiado bien para ser ella —comentó Daniel enfadado.
—Pues ve a casa de tus padres y, si la misma rubia que estaba insinuándose a mí no está abrazando a tus padres, te regalo todas las reformas de tu desastroso apartamento.
—¿Y las de la clínica? —añadió Jose.
—También las de la clínica —concedió Pedro antes de que sus amigos corrieran hacia la salida dándose empujones para ver quién llegaba antes a casa de sus padres.
Él por su parte siguió deleitándose con su fría cerveza, intentando descubrir a qué quería jugar Paula con él haciéndose pasar por otra; fuera lo que fuese, pensaba divertirse con ella mientras lo averiguaba.
Sus lujuriosos pensamientos fueron interrumpidos cuando recibió una llamada de sus amigos pidiéndole perdón y confirmando lo que él ya sabía; rió ante las absurdas quejas de ambos por haberse quedarse sin su premio, y prometió hacer las reformas gratis si lo ayudaban a distraer a Don Perfecto para que no se encontrara con Paula.
Tras colgar sin más ante las absurdas peticiones de reformas de sus amigos, Zoe, curiosa, le preguntó:
—Pedro, ¿quién era esa chica, la rubia del traje negro? Su cara me suena.
— No me extraña, Zoe, esa rubia era Paula Chaves, mi querida Doña Perfecta —confirmó Pedro pidiéndole otra cerveza.
—Ésta corre por cuenta de la casa; después de todo, hoy paga Jeff — respondió Zoe alegremente alejándose hacia la cocina.
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