jueves, 10 de agosto de 2017
CAPITULO 14
Nunca pensé que me sentaría en el porche de casa de mi abuela junto a Paula y que hablaríamos tranquilamente como dos amigos mientras bebíamos una cerveza.
Cuando éramos niños siempre nos hacíamos rabiar, y en la adolescencia seguíamos igual. Tal vez dentro de unos años maduraríamos y todo cambiaría.
Por mi parte había comenzado a ver a Paula desde otra perspectiva después de ese maldito baile: aquel beso me había mantenido en vela más de una noche. Siempre soñaba con que llegábamos más allá de unos simples besos, pero, cuando estaba a punto de acostarme con Doña Perfecta, me despertaba acalorado y sudoroso, deseando tenerla al lado para poner en práctica todo lo que había hecho en mis sueños.
Nunca me había molestado en pensar más de dos veces en una chica, siempre iba de una conquista a otra sin importarme nada, pero ella… ella era diferente. ¿Qué tendría que hacer para conquistarla? Conociéndola como la conocía, lo principal era tener paciencia y esperar a que se olvidara de esa estúpida lista.
—¿Sabes? He pensado acerca de como podemos deshacernos de tu padre para que no te moleste nunca más —dijo Paula interrumpiendo mis meditaciones mientras señalaba con la botella de cerveza a mi padre, quien permanecía inconsciente y atado con un gran lazo rojo ante la entrada de casa.
—Ya lo hemos hablado, Paula, y no puedes matarlo —repuse harto de escuchar historias de películas malas de terror en las que los tontos universitarios se deshacían de un cuerpo que luego volvía para atormentarlos.
—No, creo que podemos quitárnoslo de encima sin matarlo —afirmó pensativa mientras daba vueltas alrededor de mi padre con ese brillo malévolo en los ojos que solamente yo conocía.
—Lo dudo, mi padre es como una sanguijuela cuando huele dinero y hasta que no exprima el último céntimo de mi beca universitaria no se despegará de mí —comenté dándole un nuevo trago a mi cerveza—. Por cierto, ¿qué es lo que querías hacer conmigo? —pregunté divertido señalando el gran lazo rojo que envolvía a mi padre.
—Nada demasiado terrible: sólo dejarte inconsciente, atarte y obligarte a ver todos y cada uno de los capítulos de la primera temporada de «Sexo en Nueva York».
—¡Joder! ¡Eso sí que es tortura, Paula! —exclamé aterrorizado ante la perspectiva de ver una serie donde solamente salían mujeres hablando de zapatos y hombres.
—Lo sé —contestó con una sonrisa llena de satisfacción en los labios.
—Con respecto a tu padre... —añadió Paula volviendo al ataque —. ¿Y si le hacemos creer que tu madre está saliendo con alguien al que él pueda llegar a temer?
—Mi padre siempre escapa de la ley y no la respeta en absoluto.
—Yo no pensaba en la policía. ¿Y si le hacemos creer que tu madre sale con alguien peligroso?
—Paula, en este aburrido pueblo no hay nadie que se pueda tildar de peligroso.
—Pero sí hay muy buenos actores, ¿o es que acaso no recuerdas la obra de Navidad que yo dirigí en el acto de encendido del árbol?
—Sí —contesté sonriendo al imaginar lo que Doña Perfecta se traía entre manos—. Nunca vi una representación mejor de El padrino que la que tú hiciste.
—¡Pues entonces vamos! —me dijo tendiéndome la mano—. Aún hay mucho que hacer antes de actuar.
—¡Qué empiece la función! —solté antes de coger la mano de Paula y unirme a su locura.
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Al fin se están llevando un poco mejor. Me encantó que Pau lo defendiera.
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