jueves, 10 de agosto de 2017
CAPITULO 13
Estaba tremendamente cansado cuando llegué a casa después del partido. Por suerte, mi equipo ganó por tres puntos y mis compañeros y yo destacamos ante el equipo rival a pesar de recibir pocos ánimos por parte de una loca rubia que sólo quería que me derribaran.
Gracias a la animosidad de esa molesta Doña Perfecta, y a los saltitos que daba con su ajustada camiseta y sus cortos pantalones, perdí la concentración en varias ocasiones y fui placado como si fuera un principiante, pero, a pesar de todo, varios ojeadores me ofrecieron buenos tratos para distintas universidades. Ahora únicamente tenía que conseguir terminar los estudios y elegir adónde ir y qué hacer.
Cuando me acerqué a casa de la abuela, ahora vacía porque ella y mi madre estaban realizando un viaje, vi una vez más la figura tan temida por mí estos últimos años: mi querido padre, que nuevamente había venido a ver cómo estaba y lo que podía sacarme.
Observé como la fuerte figura de un hombre robusto de mediana edad bajó del oscuro porche hacia mí; su rostro enfurecido muy parecido al mío no mostraba alegría alguna al ver nuevamente a su progenie, y sus palabras fueron bruscas y amenazantes:
—Una vez más, a pesar de venir sin avisar, no encuentro a tu madre o a tu abuela en casa, sólo a ti.
—Se han ido de viaje —contesté intentando pasar de largo, algo que con él nunca funcionaba; sin previo aviso, me empujó contra la pared y, con su brazo apoyado fuertemente contra mi cuello, me retuvo allí sintiéndose superior mientras yo forcejeaba inútilmente tratando de zafarme de él y respirar con normalidad.
—¿No te parece extraño que después de tantos años de búsqueda, cuando hace unos meses por fin doy con el paradero de tu madre, ella nunca esté?
—Ella no quiere volver a verte y yo tampoco, ¿por qué no te marchas de una vez y nos dejas en paz? —contesté entrecortadamente intentando respirar.
Él me golpeó fuertemente con su puño en la cara y volvió a la carga con sus peticiones.
—¡Ella es mi mujer y no me marcharé de aquí sin Penélope! Aunque intentes protegerla, no podrás estar siempre a su lado. He oído que lo más seguro es que el año que viene te vayas a una buena universidad. Esas universidades siempre dan grandes becas. Tal vez si me dieras algo de dinero no tendría que venir a molestar a tu madre con mis problemas.
—Ah, por fin llegamos al centro de la cuestión: el dinero. ¿Cuánto tiempo más vas a seguir amenazándome?
—Todo el que quiera, ¡si no fuera por mí, tú no habrías nacido…!
—Y si no fuera por ti, mi madre sería una mujer feliz —interrumpí irónico ganándome un nuevo puñetazo.
Estaba resignado a recibir una nueva paliza de mi adorado padre cuando oí un golpe seco y, segundos después, fui libre. Miré atontado la escena que tenía ante mí sin poder terminar de creérmelo.
Mi padre, en el suelo, gemía semiinconsciente mientras era aporreado con un palo por un jugador de hockey del instituto que llevaba puesta una máscara parecida a la de Viernes 13, pero que portaba un lacito rosa.
Pensé que los golpes de mi padre habían comenzado a producirme una conmoción al presenciar una escena tan irreal, cuando escuché unos grititos asustados de mujer en el momento en que mi padre quedó inconsciente en el césped.
—¡Oh, no! ¡Lo he matado! ¡Mierda, lo he matado! Como vaya a la cárcel por ti… ¡No puedo ir a la cárcel por ti!
—¿Paula? —pregunté confuso al reconocer sus chillidos histéricos.
Ella se quitó la máscara enfurecida porque no la había reconocido, ¡qué mona se ponía cuando se enfadaba!
—¡Se suponía que te tenía que dar un susto! Pero cuando vi como ese matón te golpeaba me enfadé: nadie que no sea yo puede vapulearte — declaró iracunda—. Pero ahora iré a la cárcel por matar a tu agresor y entonces no encontraré a un hombre especial, seguro que acabaré gorda y foca, y con tatuajes, y cuando salga de la cárcel seré vieja y fea, y terminaré casada con un hombre llamado Buba… ¡y todo será por tu culpa! —exclamó señalándome enojada después de finalizar su increíble historia.
¡Dios mío, qué imaginación!
Podía haberme deleitado un poco más con sus extravagantes historias, en las que planeaba como deshacerse del cadáver, si no fuera porque temía que en cualquier momento mi padre volviera a la consciencia y esta vez atacara a la inocente Paula, así que sin más le expliqué por qué no podía cargar con mi padre hasta el lago y colocarle un bloque de cemento en los pies.
—Entonces cuando el cemento se seque… ¿tardará mucho en secarse?... Bueno, da igual, cuando se seque…
—Paula... —traté de interrumpirla.
—Espera a escuchar mi plan y luego discutimos sobre él, aunque mis planes siempre…
—Paula… —lo intenté nuevamente.
—¿Qué quieres, Pedro? ¡Estoy intentando salvarnos el cuello y tú no haces otra cosa que interrumpirme!
—Paula, mi padre no está muerto, sólo inconsciente —le indiqué cuando me di cuenta de que comenzaba a moverse.
—¡Qué! ¿Ese hombre horrendo es tu padre? —preguntó confusa.
—Por desgracia, sí —contesté avergonzado.
Entonces fue cuando ella hizo algo que me hizo reír a pesar de la paliza, del agotamiento y del día tan desastroso que llevaba. Ella golpeó nuevamente a mi padre dejándolo otra vez inconsciente y me comentó mirándolo con furia:
—Mi propuesta de deshacernos de él sigue en pie.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario