martes, 22 de agosto de 2017
CAPITULO 51
Mientras Paula recibía con amabilidad a su cuñada y a su suegra en el vestidor de nuevo, Pedro, tremendamente aburrido ante las conversaciones de encajes, volantes, gasas y sedas, decidió divertirse un rato y comenzó a acariciar despacio las suaves piernas de la novia por encima de las ligas de seda.
—¿Tienes frío querida? —preguntó atentamente Analia al verla temblar.
—¡No! —gritó Paula aporreando su vestido ante los ojos atónitos de su suegra—. Son los nervios —intentó aclarar.
Pedro, sonriente aunque algo molesto por el golpe de Paula, decidió vengarse de ella, así que lentamente le bajó las braguitas y acarició su apetecible triángulo de rizos rubios que tanto lo tentaba.
Sus dedos acariciaron lánguidamente su interior cada vez más húmedo.
Paula, por su parte, ahogó un gemido y cerró con fuerza los ojos sin poder creerse lo que Pedro se atrevía a hacer debajo de su vestido.
—Parece ser que éste le gusta, mamá —comentó Alicia ante la reacción de Paula.
Y ésta, al abrir los ojos, vio ante sí un horrendo vestido lleno de plumas blancas.
—No... no creo… que… sea… el adecuado —gimoteó ella, acalorada.
Pedro, maliciosamente, agarró con decisión sus nalgas, acercó su boca a la dulce feminidad de Paula y se dispuso a devorarla sin piedad alguna, mientras ella simulaba que él no estaba allí. «Veamos cómo lo haces, ricitos», pensó Pedro mientras introducía uno de sus dedos en su húmedo interior sin dejar de jugar con su lengua alrededor de su clítoris.
—¡Dios, sí! —gritó Paula extasiada apretando con fuerza los volantes de su vestido.
—¿Ves, hija, como éste era más de su agrado? —señaló Analia ante un vestido lleno de moños y lazos.
Paula intentó protestar ante la aterradora idea de ser vista con eso puesto, pero sus piernas se doblaron ante los temblores próximos al orgasmo. Trató de resistirse, pensar en cosas desagradables, pero la lengua de Pedro le impedía pensar en nada y, cuando él introdujo otro de sus dedos en ella y fue sacándolos despacio e introduciéndolos con firmeza, ya no pudo más.
—En mi opinión, el vestido que lleva es el más favorecedor de todos —declaró Analia.
—Sí, a mí también me gusta— confirmó Alicia.
—¿Tú qué opinas querida? —preguntaron Analia y Alicia a la espera de una respuesta.
—¡Sííííí! —exclamó Paula en medio de un orgasmo que la dejó temblorosa y ligeramente aturdida.
—¡Bien! Entonces éste es el elegido —sentenció Analia con una sonrisa de satisfacción al ser uno de los vestidos que ella había propuesto.
—¿Qué? —preguntó Paula confundida ante la conversación de las dos mujeres.
—Cariño, ¿qué te pasa? Estás muy distraída. ¿Éste es el vestido por el que te has decidido? ¿Sí o no? —planteó Analia molesta ante su indecisión.
— Si no lo es, cámbiate rápido, no tenemos todo el día para que te decidas —apremió bruscamente Alicia.
—¡No! —gritó Paula ante la idea de quitarse el vestido y que descubrieran a Pedro.
—¿No es el vestido que has elegido entonces? —preguntó Analia desilusionada.
—No, no quiero quitármelo, es… — Paula pensó en sus opciones y viéndose finalmente sin salida alguna contestó—: es tan hermoso…, sin duda es el elegido.
—¡Oh, estoy tan feliz por ti, querida! Vamos a ver a la modista para que te tome el bajo y para pagar esta hermosura. ¡Estarás esplendida, los dejarás a todos sin palabras! —manifestó emocionada Analia saliendo del
vestidor en compañía de su hija y dejando finalmente a Paula a solas.
Pedro se apresuró a salir de debajo del vestido antes de que Paula la emprendiera a golpes con su persona y, observándola con detenimiento, comentó:
—Sin duda alguna los dejarás a todos sin habla.
—¡Pedro Alfonso! ¿Cómo se te ha ocurrido hacerme eso debajo del vestido? —chilló alterada mientras se ponía las braguitas blancas de encaje que él había osado quitarle.
—Estaba aburrido y tú un poco estresada, así que decidí hacerte un favor —dijo sonriente acercándose a ella todo lo que el abultado vestido le permitía—. ¿Y ahora me dirás cuándo vendrás a mi casa a recuperar el anillo?
— ¡Cuando tú no estés Pedro Alfonso, cuando tú no estés!
—¡Eso no es justo, ricitos! Yo he cumplido muy gustoso con mi parte del trato —contestó pasándose lentamente la lengua por los labios, deleitándose aún con su sabor.
—Sólo te dije que iría a tu casa a recuperarlo, no cuándo.
—Todavía faltan algunos días para la boda, yo me puedo atrincherar en mi hogar para esperarte, pero ¿puedes tú permitirte subir al altar sin tu anillo? —provocó Pedro mostrándole el anillo y alejándolo de su alcance mientras se marchaba de la minúscula habitación jugando con él.
La modista llegó acelerada y se topó con un hombre la mar de feliz que jugaba con una alianza. Apenas le prestó atención hasta que él le comentó:
—Madame Mirage, sus vestidos son auténticas obras de arte, y el que ha elegido la novia… apenas puedo expresar con palabras lo feliz que me ha hecho.
Sólo cuando el hombre se hubo ido de su local, Madame Mirage cayó en quién era el risueño individuo que la había saludado y, mientras arreglaba una de sus creaciones más alocadas, se preguntó qué narices hacía en su tienda Pedro Alfonso. ¿Sería verdad lo que se comentaba en el bar de Zoe sobre su apuesta?
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