domingo, 13 de agosto de 2017
CAPITULO 21
Cuando llegaron al lago, Pedro dejó las luces de la furgoneta encendidas en dirección a la orilla y aparcó lo más cerca posible de ésta. Sin esperar a ver lo que hacía Paula, se quitó toda la ropa excepto los calzoncillos y salió corriendo hasta zambullirse de cabeza en el agua.
Paula, por su parte, se quitó la ropa lentamente, doblándola en el asiento delantero, hasta quedarse en ropa interior y probar despacio el agua con un pie antes de retirarse y comentar.
—¡Dios, está helada!
—¡No me seas gallina! —retó Pedro antes de darse la vuelta y verla en ropa interior.
Luego quedó mudo.
Paula llevaba un conjunto de ropa interior de encaje negro.
El sujetador realzaba sus pechos, que estaban a punto de desbordarse mientras el frío excitaba sus duros pezones destacándolos a través de la tela. En esos momentos a Pedro se le hizo la boca agua por las ganas que tenía de volver a probar el sabor de su cuerpo, pero se contuvo y siguió observando la gran tentación que se hallaba al alcance de su mano. Sus braguitas también eran de encaje, no un tanga, sino un culotte de lo más sexy que se ajustaba maravillosamente a su lindo trasero.
Y mientras ella se introducía poco a poco en el agua mojando su exuberante cuerpo, Pedro hacía lo posible por evitar abalanzarse sobre ella, con una erección que era insensible al agua helada y que se hacía más grande a cada paso que daba Paula hacia él.
Pedro se alejó nadando como un loco cuando ella estuvo a su lado, para evitar la tentación.
«¿Quién demonios se cree? ¿Flipper?», pensó Paula mientras nadaba despacio disfrutando del agua y flotando plácidamente boca arriba con el cuerpo relajado. En ese momento vio por el rabillo del ojo como Pedro se hundía una y otra vez y nadaba con dificultad; se acercó a él segura de que necesitaba su ayuda, pero cada vez que ella se acercaba él se alejaba, hundiéndose más en el agua.
—¡Te quieres estar quieto idiota, que te vas a ahogar! —gritó
finalmente Paula enfadada, y él reaccionó dejándola hacer.
Cuando llegaron a la orilla, Paula lo ayudó a tumbarse sobre una toalla que había colocado en el suelo.
—Un calambre —comentó Pedro dolorido mientras se agarraba la pierna.— Deja que te dé un masaje —propuso Paula a la vez que acariciaba dulcemente su pierna dolorida.
—No creo que sea la mejor idea —explicó Pedro, pero seguidamente se tumbó en la toalla.
Paula masajeó con delicadeza su pierna dolorida haciéndole
recuperar la sensibilidad, pero mientras aliviaba el dolor de su pierna también avivaba el de otro de sus miembros que a cada momento que pasaba estaba más caliente y duro. Así que, sin molestarse en explicarle el efecto que causaban en él sus caricias, Pedro la apartó bruscamente de sí.
—Ya vale, la pierna está mejor.
—¡Pero qué narices te pasa! —gritó Doña Perfecta enfadada, preparándose para llevar a cabo una de sus regañinas—. ¡En el agua por poco te ahogas, y aquí intento ayudarte y me apartas como si fuera la peste! Debes estar mal de la cabeza…
No lo aguantó más, verla allí riñéndole con los brazos sobre la cintura, y el gesto fruncido, mientras miles de gotitas de agua acariciaban su dulce cuerpo cubierto únicamente por un escueto conjunto de ropa interior... Eso lo llevó directo a la locura, y Pedro finalmente acalló sus palabras cogiéndola entre sus brazos y besando sus labios con la ardiente pasión que latía en su interior impidiéndole emitir sonido alguno que no fueran los gemidos ardientes que no tardaron de salir de su boca.
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