domingo, 13 de agosto de 2017
CAPITULO 22
¡Pedro estaba loco, se había abalanzado sobre ella para besarla como un idiota enamorado! Tenía que quitárselo de encima, pensaba Paula mientras se dejaba besar, pero el problema era que sus besos eran tan dulces, tan tiernos... Mordisqueaba su labio inferior con delicadeza y luego lo besaba calmándole el leve dolor, introducía su lengua en su boca y jugaba con la suya haciéndola arder y, sin apenas darse cuenta, responder a sus besos.
Cuando sus brazos la atrajeron hasta su mojado y fuerte cuerpo, ella se dejó, y las caderas de Pedro se pegaron a las suyas haciéndola sentir lo excitado que estaba.
Paula decidió que era el momento de apartarse de él antes de dejarse llevar por la locura de ese beso, así que posó sus manos en el pecho de Pedro dispuesta a alejarlo. Pero entonces él bajó su cabeza y besó sus pechos por encima de la húmeda tela de encaje.
Con los dientes bajó su sujetador, dejando expuesta su piel desnuda al frío de la noche; sus pezones se irguieron por el frío, o tal vez por la excitación del momento; fue entonces cuando Pedro jugueteó con sus senos, mordisqueando suavemente sus pezones, para luego continuar con las
caricias de su lengua y sus delicados besos.
A la vez que su boca la enloquecía, sus fuertes manos alzaron sus nalgas, sin dejar de acariciarla y acunar lo más íntimo de su cuerpo contra la firme erección de él.
Su interior estaba cada vez más húmedo, su cuerpo gritaba pleno de excitación y finalmente Paula Chaves dijo adiós a su cordura cuando una de las manos de Pedro acarició su húmeda entrepierna por encima de su culotte.
Ella alzó sus manos y, cuando parecía que iba a rechazar los avances de Pedro, simplemente se rindió a él, se agarró a sus fuertes hombros y alzó sus piernas cogiéndose firmemente a su cintura, restregándose contra su duro miembro, mientras gemía ardientemente en busca de su placer.
Pedro rugió enfebrecido por la pasión. Sin dejar de agarrar fuertemente a Paula contra su cuerpo, la tumbó en la toalla y reclamó sus labios mientras sus manos buscaban frenéticas la liberación de sus pechos.
El sujetador no tardó mucho en desaparecer. Entonces él jugó con sus senos acariciándolos, apretándolos entre sus fuertes manos. Sus dedos no tardaron en acariciar sus enhiestos pezones y pellizcarlos haciéndola sollozar de pasión.
Su boca abandonó los labios de Paula y fue bajando despacio por su cuerpo en busca del recuerdo del sabor de su deseo. Besó con delicadeza su cuello, sus hombros… cuando llegó a sus pechos los devoró haciéndola enloquecer. Sus manos bajaron por su cintura hasta llegar a su culotte y acarició por encima de éste su húmedo interior.
Paula gimió moviéndose contra la ruda mano de Pedro,
suplicándole con su cuerpo el placer que se resistía a darle, pero sus manos siguieron prodigándole caricias excitantes ignorando una y otra vez ese lugar que lo reclamaba húmedo y dispuesto.
Acarició sus piernas, desde la punta de los pies hasta sus firmes muslos, que se abrieron sin protesta alguna cuando los besó y lamió muy cerca de donde su deseo latía con necesidad. El cuerpo de Paula estaba tenso como una cuerda, lleno de deseo, a la espera de sus caricias en el lugar más íntimo.
Finalmente, cuando Pedro alzó sus caderas y la saboreó a través del culotte, como si fuera un hambriento y ella su comida, Paula gritó extasiada mientras tenía su primer orgasmo. Pero Pedro no se detuvo y le arrancó la ropa interior sin dejar de devorarla.
Paula, aún sensible, volvió a excitarse cuando una de sus manos acarició un pecho y la otra introducía uno de sus dedos en su húmedo interior, embistiéndola a la vez que su lengua acariciaba su lugar más sensible.
Cuando Pedro introdujo un segundo dedo, ella gritó su nombre una y otra vez mientras tenía su segundo orgasmo y agarraba fuertemente la cabeza de Pedro contra su cuerpo.
Con el cuerpo lánguido y relajado, Paula soltó la cabeza de Pedro, que pareció mostrarse satisfecho, pues se retiró de su lado haciéndole darse cuenta del frío de la noche. Él se quitó la ropa interior y mostró su enorme erección ante los ojos inocentes de Paula, mientras su mirada llena de lujuria insatisfecha la devoraba.
—Nunca tendré bastante de ti —declaró Pedro dirigiéndose hacia ella —. Si quieres parar, si quieres decirme que no, ¡por Dios hazlo ahora, porque si no lo haces te voy a hacer mía una y otra vez!
Paula lo miró confusa, pero tan sólo echar un vistazo a su fuerte cuerpo desnudo y a su excitante miembro la llenó nuevamente de un vivo deseo, por lo que se olvidó de quiénes eran y de todo lo demás, y alzó la mano para acariciar su miembro. Se sintió poderosa al escucharlo gemir de placer mientras ella apretaba su pene y movía su mano haciéndolo reaccionar.
Las caderas de Pedro se movieron contra su mano mientras él gruñía su nombre una y otra vez; Paula se humedecía ante la respuesta del cuerpo de Pedro y finalmente fue ella la que tomó la iniciativa guiándolo hacia su interior.
Pedro se detuvo unos momentos en busca de protección.
Cuando la encontró entre sus pantalones, ella lo esperaba húmeda e impaciente. Fue ella la que, entre caricias, le puso el preservativo, haciéndolo sufrir ante la tortura de sus caricias. Y cuando finalmente él se introdujo despacio en su apretado interior, para Pedro fue el paraíso, pero Paula gimió de dolor.
Mientras Pedro intentaba introducirse enteramente en ella, se dedicó a volver a excitar su tenso cuerpo con el fin de hacerle olvidar el dolor de la primera vez. La acarició de nuevo con una de sus manos en busca de su placer y con su boca tomó otra vez sus pechos.
Ella no tardó en reaccionar y exigirle que se introdujera en su cuerpo; él se resistía a ser brusco y arrebatarle la virginidad de una sola embestida, pero fue Paula la que lo obligó a hacerlo cuando alzó sus caderas aceptándolo completamente en su interior. Pedro gimió extasiado cuando se halló todo apretado por su húmedo cuerpo, ella gritó de dolor, exigiéndole que se quitara de encima, hasta que empezó a moverse para apartarse de él y comenzó a gustarle.
—Paula, no te muevas —suplicó Pedro dispuesto a mantener el control y a no tomarla como un poseso.
Pero Paula lo ignoró volviendo a alzar las caderas al ver que él no se movía; gimió de placer y arañó su musculosa espalda atrayéndolo hacia ella, exigiéndole más.
—¡A la mierda el control! —gruñó entre dientes Pedro mientras embestía con fuerza el cuerpo de Paula.
La oyó gritar su nombre una y otra vez mientras tenía un orgasmo y, a la vez que su cuerpo se convulsionaba de placer, el de él llegó al límite y explotó con bruscas arremetidas liberándose en su interior.
Pedro cayó rendido sobre el cuerpo de Paula, luego se apartó para no aplastarla con su peso y se acurrucó a su lado abrazando su cuerpo satisfecho. Sonrió feliz al tenerla por primera vez entre sus brazos sin que hubiera discusión alguna entre ellos.
—Esto ha sido un error que no se puede volver a repetir —intervino Paula rompiendo el bonito momento que los amantes tienen después de hacer el amor.
—¿Por qué? —preguntó Pedro enfurecido.
—Porque tú y yo nunca podríamos tener una relación —indicó Paula mientras se levantaba y buscaba sus ropas esparcidas por el suelo.
—¿Y se puede saber por qué piensas eso? —preguntó indignado.
—Porque eres un salvaje inmaduro que dentro de unas semanas volverá a la universidad, donde te esperan miles de gruppies. Tú estarás en una punta del estado estudiando quién sabe qué, y yo estaré en la otra estudiando arte y concentrándome en mi futuro. Y, además, no eres el tipo de persona que se puede resistir a ninguna mujer y tampoco eres el hombre adecuado para mí.
—¡Yo puedo ser fiel! —replicó Pedro—. Para tu información, si me acostara con todas las chicas que se me han insinuado ya lo tendría desgastado de tanto uso. ¿Y qué es eso de que no soy el hombre adecuado para ti? ¿Quién es el hombre adecuado para Doña Perfecta? —preguntó irónico mientras la perseguía desnudo incordiándola con sus preguntas.
—¡Para empezar, uno que no me persiga en pelotas mientras intento vestirme! —contestó furiosa a la par que se ponía los pantalones.
—¡Bien, ya no estoy desnudo! —dijo Pedro después de ponerse los calzoncillos—. ¿Qué más tengo que hacer para ser tu hombre ideal?
—Tengo una lista Pedro, una lista de diez cualidades. Tú no tienes ni una sola de ellas, ni una. ¿Eso no te hace pensar que entre tú y yo no tiene cabida relación alguna?
—¡No me jodas, Paula! ¡Por una estúpida lista no soy apto para una relación! Y lo que ha ocurrido entre nosotros, ¿qué es? —preguntó Pedro enfurecido.
—Un error —contestó Paula mientras se ponía la camiseta.
—¿Y qué se supone que tiene que hacer ese hombre perfecto tuyo: partir nueces con el culo, pelar una cebolla sin llorar, cagar oro?
—Ninguna de esas cualidades está en mi lista, mira tú por dónde — contestó Paula irónicamente.
—¡Quiero una copia de esa lista! —exigió Pedro—. Voy a convertirme en tu hombre perfecto y, cuando lo consiga, tú y yo nos casaremos.
—Estás como una cabra, tú nunca serás un hombre perfecto. Eres la antítesis de ese concepto.
—¿Es que temes que llegue a convertirme en tu hombre ideal? — preguntó con sorna, retándola.
—No, pero ¿para qué quieres convertirte en el hombre perfecto? Yo no te intereso, sólo soy una más en tu catálogo de mujeres.
—¡Tú no eres una más, tú serás mi esposa! —declaró Pedro con decisión.
—Pedro, estás como una cabra si piensas que alguna vez me casaré contigo. ¿Qué pasa? ¿El acostarte con una chica que no es idiota y tetona te ha afectado? Pobrecito —dijo acariciándole la cabeza burlonamente mientras se subía a la furgoneta.
Pedro se vistió con rapidez, ya que estaba seguro de que si no lo hacía sería abandonado sin vehículo alguno nuevamente. Subió enfadado al asiento del conductor y antes de arrancar la miró seriamente.
—Dame un tiempo para ser tu hombre ideal y, si no lo consigo, te dejaré en paz.
—Pedro, es imposible que estemos destinados a estar juntos: siempre estamos discutiendo, no sabemos hacer otra cosa que no sea pelearnos como dos críos.
—No te pido una relación ahora, sólo que no te enamores de nadie en el tiempo que estés fuera. Cuando vuelvas después de la universidad, yo te demostraré que soy ese hombre.
—Y tú mientras tanto te enamorarás y tendrás una familia, ¿no? — preguntó irritada.
—Prometo no tener ninguna relación seria hasta que vuelvas. ¡Joder, Paula! ¿Tienes miedo a darme una oportunidad, a descubrir que yo puedo ser ese hombre a pesar de mis imperfecciones? —gritó Pedro frustrado.
—Si en algún momento a lo largo de estos años encuentro a ese hombre que es perfecto para mí, que cumple todas y cada una de las cualidades de mi lista y no eres tú el afortunado, no lo podrás asustar, ni espantar, ni hacer nada que pueda alejarlo de mi lado.
—Juro que si encuentras a Míster Perfecto lo dejaré en paz. Entonces, ¿tenemos un trato? ¿Me dejarás demostrarte lo perfecto que puedo llegar a ser?
—Debo de estar loca, pero como siento hambre, estoy medio dormida y tengo ganas de llegar a casa, acepto. Tenemos un trato. Te doy cuatro años, que son los que tardaré en terminar mi carrera de Bellas Artes. Cuatro años para demostrarme lo equivocada que estoy. Y cuando cada año que pase nos veamos en vacaciones te preguntaré si quieres seguir con esta ridícula idea, que puedes abandonar en cualquier momento y dejarme en paz.
—Cada año te responderé lo mismo.
—¿Y qué es lo que me dirás?
—Pregúntamelo el año que viene y te contestaré —comentó Pedro felizmente mientras arrancaba la furgoneta.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario