La boda de Paula se celebró cuatro horas más tarde de lo previsto.
Se decidió por unanimidad que era el enlace más extraño que jamás se había llevado a cabo en ese pueblo: los adornos florales estaban estropeados, los lazos que adornaban los asientos se hallaban casi todos caídos, y la orquesta y el coro habían desaparecido junto con los elegantes invitados del anterior novio.
Tuvieron que convencer a un amordazado sacerdote de que no era un pueblo de locos y que tenía que unir a esa feliz pareja por el bien de todos.
El padre de Paula la acompañó al altar junto con su inseparable escopeta.
—Papá, no hace falta que lleves el arma —expresó Paula al verlo cargar con el trasto—. Pedro me quiere mucho y nunca huiría de nuestra boda.
Juan Chaves se limitó a sonreír a su hija mientras le advertía en voz lo suficientemente alta para que todos lo oyeran:
—No es para obligar a Pedro, hija mía, es para ti.
Paula refunfuñó algo sobre su ingrata familia mientras miraba al novio. No iba perfectamente vestido: sus vaqueros estaba sucios y su camisa, arrugada; además, su rostro lucía alguna que otra mota de polvo del camino. No obstante, era el adecuado para ella, porque en esos momentos sólo podía pensar en lo feliz que sería a su lado el resto de su vida.
Tras la ceremonia, todos celebraron una gran fiesta en la que cada uno de los vecinos recordó alguna de las trastadas de los novios. Después de cortar la tarta, finalmente Zoe hizo traer la pizarra de su bar al gran salón de festejos.
—Bien —comenzó—. Jerry ganó la apuesta acerca del momento en la que Paula rompería el enlace con Don Perfecto. —Jerry elevó las manos como vencedor ante los abucheos jocosos de la multitud.
—Daniel Chaves fue el único en decir que Paula golpearía a Jorge —Daniel se levanto e hizo una reverencia mientras comentaba:
—Estaba totalmente seguro de que mi hermana no me defraudaría.
Zoe siguió con su repaso de las apuestas tras las carcajadas de todos al recordar el instante exacto en el que el novio cayó redondo al suelo.
—Norma Alfonso vaticinó que su nieto sería arrestado —añadió Zoe jocosamente—. Pero eso es algo que casi todos habíamos previsto para este glorioso día; únicamente Jose Chaves presagió que su hermana también sería arrestada.
—Finalmente —continuó Zoe—, Pedro Alfonso apostó hace meses veinte mil dólares a que Paula no se casaría con Don Perfecto, y unas semanas antes de la boda Don Perfecto apostó treinta mil dólares a que Paula se casaría con él. Así que ahora, Pedro Alfonso, tienes en tu poder cincuenta mil dólares, en parte gracias a la amable generosidad de Don Perfecto.
Todos rieron felices ante la suerte de los novios en lo que había empezado como un pequeño pasatiempo en la pizarra de Zoe.
La boda termino con unos maravillosos brindis por parte de todos.
El mejor de ellos fue, sin duda, el de Daniel Chaves, quien alzó la copa sonriente y pronunció felizmente mirando a su hermana:
—¡Por los hombres imperfectos!
Todos los hombres estuvieron de acuerdo con él, pero muchas mujeres dudaron a la hora de alzar su copa.
Ante la insistencia de Colt, el novato, al final de la celebración Paula y Pedro fueron condenados a arresto domiciliario durante una semana en la maravillosa casa del lago que desde ahora sería su hogar.
****
Paula se tumbó desnuda en su estupenda cama a la espera de su esposo, quien no se hizo mucho de rogar. Pedro salió de la ducha portando una pequeña toalla enrollada en la cintura.
Sus ojos devoraron el hermoso cuadro que eran las curvas de Paula, arrojó la toalla a un lado mostrando a su amada su perfecta desnudez y, mientras se colocaba sobre su cuerpo en busca de sus labios, le preguntó una vez más:
—Dime por qué soy perfecto para ti.
Pedro no le permitió contestar a su pregunta, haciéndole olvidar la razón en busca de una desenfrenada pasión que celebraba la unión definitiva de dos cuerpos que se pertenecían.
Le hizo el amor sin descanso, sin dejar de mirarla a los ojos con adoración mientras penetraba en lo más profundo de su cuerpo llevándola poco a poco al placer más sublime. Y cuando él no pudo más, la siguió en la cumbre del placer derrumbándose junto a ella.
—Porque eres tú —contestó Paula más tarde, saciada, entre sus fuertes brazos.
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