jueves, 24 de agosto de 2017
CAPITULO 58
A unos cinco kilómetros a las afueras de Whiterlande había sido detenido Pedro Alfonso mientras conducía tranquilamente hacia la casa de uno de sus antiguos amigos de la universidad.
Tras abandonar todo lo que tenía, y estando seguro de que no deseaba ver como Paula se casaba con su príncipe azul y ambos vivían felices para siempre, a primera hora de la mañana había llamado su amigo Agustin Delafer, uno de los pocos con los que aún mantenía contacto después de tantos años, comentándole lo deseoso que estaba de cambiar de aires.
El ahora jugador profesional de fútbol americano no había tardado mucho en invitarlo a su lujoso hogar para que se divirtieran rememorando viejos tiempos.
Agustin, como buen amigo y compañero, le había ofrecido su casa para que descansara plácidamente mientras pensaba qué hacer con su vida, y en el momento en el que Pedro decidía finalmente rendirse y dejarlo todo atrás
conduciendo abstraído, aparecía Colt, un policía novato del pueblo, y lo detenía por un supuesto robo de vehículo.
¡Cómo si todo el pueblo no supiera que esa furgoneta era suya desde hacía años!
Tras intentar hacer entrar en razón al policía mostrándole los
documentos del coche, frustrado e irritado por todo lo que ocurriría aquel día, le arrojó furiosamente los papeles a la cara, tachándolo de idiota.
Por ese motivo Pedro permanecía ahora esposado y tumbado encima del capó de su coche, a la espera de que confirmaran su versión de los hechos.
Mientras intentaba una vez más convencer al necio novato de su error, el coche de policía del señor Philips aparcó junto al arcén; Pedro respiró aliviado pensando que al fin se solucionaría todo cuando la puerta del coche se abrió y de él salió Paula Chaves con un vestido de novia destrozado pero luciendo de lo más bonita.
De cintura para arriba Paula podría protagonizar la portada de una revista de novias, de cintura para abajo lo único que la tapaba era una fina gasa de seda que le llegaba hasta las rodillas, dejando entrever con cada paso que daba un poco de su insinuante liguero blanco.
Definitivamente, era la novia más sexyi e irresistible que había visto en su vida, y lo que más le dolía era que no era para él.
—Por última vez, señor policía, ¡hace años que soy el propietario de esa furgoneta! —intentó explicarse de nuevo Pedro, ignorando deliberadamente la figura de la mujer que se dirigía hacia él.
—Hola, Pedro, ¡tengo que hablar contigo! —dijo Paula temerosa mientras intentaba acercarse a él.
—¡Hablaría contigo encantado si no fuera porque estoy siendo detenido y no puedo! —gritó ofuscado Pedro.
—¡Pero es algo importante! —insistió acercándose al capó del coche, donde permanecía inmovilizado.
—¡Señorita, no se acerque más a este hombre! —repuso Colt—. Es peligroso, me lo han comunicado por radio hace unos minutos.
—Sí —confirmó Paula—, lo sé. Lo he dicho yo, pero sólo era para que lo detuvieran rápidamente. Él nunca me haría daño.
—¡No estés tan segura! —gruñó Pedro intentando incorporarse y siendo tumbado nuevamente contra el capó—. ¿Se puede saber por qué narices has hecho que me detengan, Paula? ¿Es que estás loca? — exclamó irritado haciéndola enfadar.
—¡Sí! ¡Debo de estar loca para dejar plantado a Don Perfecto en el altar por ti, porque a cada paso que daba hacia él solamente podía recordarte a ti y desear que me sacaras de allí antes de que cometiera un error! —chilló Paula entre sollozos—. ¡Debo de ser estúpida si el único amante que he tenido en mi vida eres tú, y si el único con el que deseo pasar el resto de mis días eres tú!
—Pero, Paula, yo no soy tu hombre perfecto, ¿lo recuerdas? —comentó Pedro sonriente, encantado por la declaración de Paula.
—Yo tampoco. He dejado plantado al novio ideal por ti y he robado ese coche de policía al pobre señor Philips para poder encontrarte.
—¿De verdad he sido el único hombre con el que te has acostado? — preguntó emocionado Pedro.
—¡Eres increíble! Te confieso que te amo y tú de lo único que te preocupas es de que no me haya acostado con otros —señaló Paula molesta.
—¡Señorita! ¿Acaba de confesar que robó un coche de policía? — intervino en ese momento el joven policía.
—Yo ya sabía que me amabas, solamente tenía que hacerte entrar en razón, pero los celos me han matado durante años pensando que podrías acostarte con otros. Y cuando llegó Don Perfecto lo vi todo negro al creer que podrías llegar a hacerlo con él. ¡No sabes cuántas noches he pasado en vela persiguiéndote a ti y a Don Perfecto a escondidas dispuesto a matarlo si te ponía un solo dedo encima!
—Por suerte para ti, Jorge es un caballero, un caballero al que no volveré a ver en la vida y que estará eternamente enfadado conmigo.
—¡Señorita! ¡Debo arrestarla por robar un vehículo a la autoridad! — declaró Colt intentando llamar la atención de los dos enamorados.
—¿No querrás que yo me escape, verdad? —sugirió Pedro intentando deshacerse del policía—, porque si me sueltas para detenerla, me liberaré y te puedo asegurar que yo soy mucho más peligroso que ella —intimidó Pedro al novato.
Así que, mientras Colt pedía refuerzos a la comisaría, los dos amantes continuaron con su conversación ignorando por completo la autoridad del muchacho.
—¿Se enfadó mucho Don Perfecto cuando lo dejaste en el altar? — indagó Pedro interesado.
—¡Qué va! Apenas se inmutó, pero entonces me contó lo de tu apuesta con él. Pedro Alfonso, ¿cómo se te ocurre prometer que te marcharías del pueblo?
—Pensé que era lo mejor. Después de todo, recuerdo que desde niña intentabas que me largara de aquí.
—Sí, pero sólo yo puedo hacer que te vayas del pueblo y así se lo dije a Jorge antes de pegarle un puñetazo.
Pedro lloró de risa mientras asimilaba que su preciosa y delicada Doña Perfecta le había arreado un golpe al novio en medio de una iglesia atestada de familiares de éste.
Mientras Pedro no podía dejar de reír y Paula le reprochaba que se estuviera burlando de ella, llegaron por todos lados coches de Whiterlande hacia el lugar donde se hallaba la pareja con el objetivo de presenciar el final del espectáculo de ese día. Finalmente, ¿habría boda o no?
—Bueno, ¿a qué estás esperando, muchacho? —gritó Jerry animando a Pedro—. ¡Tenemos la iglesia, los invitados, el banquete y la novia! ¡Únicamente nos falta el novio, porque el otro ha puesto pies en polvorosa después del puñetazo de Paula!
—Por lo visto no le gustan las mujeres fogosas —comentó Zoe sonriente.
—¡Venga! ¡Pídeselo ya de una vez, que hemos tenido que amarrar al cura para que no se fuera a otra ceremonia! —gritó impaciente Dylan, el mecánico.
—¡Vale, vale! —tranquilizó Paula pidiendo finalmente silencio—. Pedro Alfonso, ¿quieres casarte conmigo a pesar de que no sea perfecta y de que nos pasemos la vida discutiendo?
—Paula, ¡que es el hombre quien tiene que pedir la mano en
matrimonio a la mujer y no al revés! —exclamó Diana, la directora del colegio, entre las risas de todos.
—Pero es que él me lo ha pedido muchas veces y yo no se lo he pedido nunca —se quejó Paula ante la corrección.
—Estaré encantado de casarme contigo, Paula Chaves, en cuanto me suelte la policía.
—Lo siento, pero hoy no habrá boda. ¡Ambos están arrestados! Usted, señorita, por robo de vehículo policial, y usted, señor, por resistencia a la autoridad —intervino el joven policía ante una multitud que no tardó mucho en enfadarse al ver los planes de boda frustrados.
Afortunadamente, Terence Philips, el jefe de policía, salió del coche de uno de sus vecinos antes de que todo el pueblo decidiera apalear conjuntamente al novato de su distrito.
—Colt, suéltalos a los dos antes de que me enfade. Todo ha sido un pequeño malentendido.
—¡Pero, señor! Ella le robó el coche.
—No, yo se lo presté —mintió descaradamente el buen hombre.
—Y él ha sido acusado de robo y resistencia a la autoridad.
—Ha habido un error en los archivos: esa furgoneta es suya y estoy seguro de que, en cuanto lo sueltes, se disculpará.
—Pero la ley dice…
—¡Colt! —gritó Philips—. ¡Suéltalo si no quieres que te degrade!
El novato soltó a Pedro no sin protestar y refunfuñar, así como recitar todos y cada uno de los cargos de los que podía acusarlo.
Cuando Pedro se vio al fin libre, corrió hacia Paula y la estrechó con fuerza entre sus brazos. Ella le tendió el anillo que tenía grabado sus nombres y él se lo puso, prometiéndole la eternidad.
—Para mí siempre has sido perfecta —comentó Pedro antes de besarla apasionadamente delante de todos.
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