martes, 8 de agosto de 2017
CAPITULO 5
El jefe de policía, Terence Philips, tenía un día de lo más monótono y aburrido, así que se asomó por la puerta de la pequeña comisaría para observar el tráfico y saludar a los transeúntes.
Le resultó un poco raro ver a Paula Chaves aparcar su bicicleta cerca de la puerta y dirigirse hacia él. Miró confuso los adornos de pegatinas de la bici, preguntándose por qué una niña tan educada y distinguida deseaba tener monstruos y calaveras en su bici, asumiendo al fin que eran cosas de críos que él nunca entendería.
Menos mal que él, con treinta años, aún no tenía perspectiva alguna de casarse o formar una familia, todavía le quedaba tiempo para pensar en todas esas cosas…
Sus pensamientos fueron interrumpidos de repente por una dulce voz.
—Señor Philips, tengo que hablar con usted sobre un crimen.
Terence miró sorprendido a la niña y la condujo dentro. Él se sentó detrás de su escritorio y la pequeña en una silla contigua.
—Bien, preciosa, cuéntame todo lo que quieras, aquí nadie te hará daño —comentó el jefe de policía preocupado por la chiquilla.
—Quiero que detenga a mi vecino por exhibicionismo; sé lo que significa la palabra y he leído por Internet que se puede detener a una persona por alteración del orden público y exhibicionismo.
—¿Quieres que detenga a Pedro Alfonso y lo meta en la cárcel? — preguntó el jefe de policía algo pasmado.
—No hace falta que vaya a la cárcel, puede simplemente echarlo del pueblo —propuso alegremente la niña segura de haber conseguido su objetivo.
—Bueno, Paula, verás: antes de poder denunciarlo y de que yo lo meta en la cárcel o actúe de algún modo, debes tener pruebas del delito. Exactamente, ¿qué fue lo que hizo Pedro?
—¡Sacó el culo por la ventana de su habitación y nos lo enseñó a mí y a mis amigas del club de exploradoras! —contó ella indignada.
—Esto…, yo…, lo siento mucho pequeña, pero no puedo meter a nadie en la cárcel por enseñar el culo —respondió Philips.
—Lo suponía… — suspiró Paula resignada—. Entonces, ¿puedo colgar este cartel en su tablón de anuncios?
—Sí, por supuesto. Pero aquí nadie lo verá. Ese tablón sólo lo usamos para los sospechosos que buscamos.
—No importa, tengo más para repartir por todo el pueblo —comentó Paula mientras colocaba el cartel—. Muchas gracias por su tiempo señor Philips, y hasta luego.
Cuando Philips vio marcharse a la niña calle abajo hacia las tiendas del lugar, le picó la curiosidad y se acercó al tablón para ojear lo que anunciaba.
«Se busca», ponía en letras grandes encima del dibujo de un trasero.
Debajo de éste, en letras más pequeñas, podía leerse: «Por si tienen dudas, el sospechoso de la caricatura es Pedro Alfonso. Se le busca por exhibicionismo y alteración del orden público. Tengan mucho cuidado: es peligroso, ya que su culo siempre va armado.»
Philips no paró de reír ni un segundo mientras se dirigía hacia el teléfono de su oficina y marcaba un número ya conocido por todos en ese pueblo.
Cuando atendieron su llamada, simplemente dijo entre risas:
—Apuesto diez dólares por Paula Chaves.
Un nuevo punto se añadió ese día a la lista de Paula cuando ésta finalmente llegó a su casa: «6. Que no lo busque la policía.»
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