viernes, 18 de agosto de 2017
CAPITULO 38
Por desgracia para Pedro, Don Perfecto sí que parecía existir, y lo peor de todo era que se había trasladado a Whiterlande. Él fue uno de los primeros en conocerlo.
A los pocos minutos de conseguir meter el pesado escritorio de caoba de estilo rústico en la tienda, su madre le informó de que uno de sus nuevos vecinos había pedido exactamente ese estilo de mueble, así que, ante las furiosas miradas de su amigo, que no paraba de quejarse, volvieron a meter el mueble en el camión y se dirigieron los dos hacia la nueva dirección.
No tardaron en llegar a una hermosa mansión de dos plantas con columnas nórdicas que adornaban la entrada, y una fachada de estilo clásico que asemejaba el hogar de un antiguo conquistador.
Cuando tocaron el timbre, fueron recibidos por una agradable mujer de mediana edad uniformada que amablemente les hizo pasar hasta el recibidor. Por dentro la casa parecía un palacio: era grandiosa y cada mueble, cada objeto que decoraba el lugar, hacía saber a todos el poder y dinero que ostentaba su dueño.
El señor de la casa no les hizo esperar demasiado. Se trataba de un hombre de veintiséis años, con cabellos rubios y lisos, unos destacables ojos verdes, un porte altivo y elegante, con la musculatura necesaria para que pareciera atractivo, y vestido de la cabeza a los pies con un traje gris de Armani.
Cuando bajó las escaleras principales sólo le faltó que apareciera un halo en su cabeza para que Pedro supiera que ése era un hombre que le traería problemas.
—Buenos días, gracias por venir tan rápido. No esperaba que el mueble estuviera aquí hasta dentro de unas semanas.
—Lo acabé hace unos días —respondió Pedro—. Iba a exponerlo en mi tienda cuando mi madre me ha comentado que esto es lo que usted buscaba.
—¡Sin duda alguna! —dijo acariciando la mesa, admirado por el trabajo de artesanía—. ¡Perdone mis modales, aún no me he presentado! Soy Jorge Guillermo Worthington III —comentó como si tal cosa tendiendo la mano hacia sus invitados.
—Yo soy Pedro Alfonso, y éste es mi amigo, Jose Chaves —tendió su mano brevemente mientras presentaba a su amigo.
—Usted es el nuevo médico, ¿no es cierto? —añadió Jorge dirigiéndose a Jose—. Me han hablado estupendamente de sus servicios.
—¿Ah sí? ¿Y quién le ha hablado de mí? —preguntó Jose, curioso.
—Mi tío, Matt Edison, el alcalde. Es un bromista. Me contó historias asombrosas de su hermana y un hombre al que apodan el Salvaje.
—Yo soy al que apodan el Salvaje —gruñó Pedro molesto al saber que le habían hablado de Paula y sentía interés por ella.
—¡Perdón! No pretendía ofenderlo; de hecho, lo admiro. Yo de niño era tan formal y serio que mis padres en ocasiones se preguntaban si no me habrían cambiado en el hospital.
—Bien, ¿y qué le trae por aquí, señor Worthington? —preguntó Jose evitando que Pedro lo acosara con sus rudas preguntas.
—He venido para quedarme a vivir aquí. Mi tío me ha dicho que este pueblo es perfecto para mí. Por ahora todos los habitantes que he conocido me han recibido con los brazos abiertos y les estoy muy agradecido.
—¿Y a qué se dedica, si puede saberse? —preguntó Pedro con brusquedad, ante lo que Jorge sólo reaccionó abriendo profundamente los ojos al sentirse ofendido, para en unos segundos volver a recuperar su compostura y contestar con cortesía.
—Me dedico a hacer movimientos en la Bolsa; es algo estresante, pero, como puede observar, en poco tiempo he amasado una gran fortuna. Ahora sólo quiero descansar, dejar que mi dinero se mueva solo y buscar a alguien con quien compartirlo, tal vez una buena esposa. Pero no hay prisa, la mujer perfecta puede tardar años en aparecer.
—O te puede dar una lista… —susurró Jose, que fue interrumpido por el codazo de su amigo Pedro.
—Bueno, gracias por la información de su vida —cortó Pedro—. ¿Es lo que buscaba? —inquirió señalando el escritorio con impaciencia.
—Sí, es perfecto —contestó Jorge sin mostrar emoción alguna.
—Entonces, ¿dónde lo colocamos? —se apresuró JosE a preguntar antes de que Pedro le gruñera alguna grosería.
—Siento comunicarles que mi despacho está en la planta de arriba — comentó señalando las enormes escaleras principales y, por unos momentos, Jose habría jurado que sus fríos ojos verdes brillaron llenos de satisfacción.
Tras colocar el escritorio en el despacho de la segunda planta, Pedro le pidió por él un precio desorbitado que Jorge pagó como si fuera calderilla. Se despidieron amablemente hasta que al señor Don Perfecto se le ocurrió preguntar por Paula. Fue en ese instante en el que Jose tuvo que alejar a su amigo del magnate para que no lo mordiera o algo peor.
—Me alegro mucho de haberles conocido. Por cierto, me han dicho que dentro de poco llegará al pueblo su hermana Paula, quien es una entendida en arte. Tal vez podría hablar con ella para que me hiciera una visita y me recomendara alguna obra para invertir.
Jose no contestó, cogió rápidamente a su amigo del hombro y lo dirigió hacia el camión mientras éste gruñía y apretaba los puños con fuerza, aguantándose las ganas de golpear a ese idiota pedante.
Cuando al final consiguió meter a Pedro en el camión y cerrarlo con llave, contestó alegremente:
—Se lo comentaré —a la vez que se alejaba de allí tan rápido como podía para que el Salvaje no apaleara a Don Perfecto.
—Tienes un problema, amigo —comentó Jose señalando su violento temperamento.
—Lo sé —gruñó Pedro fijando su vista en la esplendorosa mansión.
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