jueves, 17 de agosto de 2017

CAPITULO 36





«¡Vaya mierda de día!», pensaba mientras me daba la tercera ducha fría de la mañana. A las seis de la madrugada me había levantado con una erección de caballo tras recordar en sueños lo que había hecho con Paula en el viejo sofá a principios del verano. Ésa fue la primera ducha
matutina.


La segunda llegó cuando envié a Daniel a limpiar los canalones y nos tiró toda la porquería encima a mí y a Jose, que nos encontrábamos trabajando en la fachada exterior. Y la tercera, y esperaba que última, era de nuevo por culpa de Paula, que ante mis quejas por comer espaguetis otra vez y la sutil sugerencia de que no sabía freír ni un huevo, me arrojó el bol de comida encima.


Estaba hasta las narices de tener que darme todas las mañanas un par de duchas frías, casi heladas, porque Paula no me dejara entrar en su cuarto por las noches.


Al comenzar el verano y tras conseguir que Paula accediera a quedarse en mi casa, había pensado que sería un verano lleno de sexo desenfrenado y que lograría por fin convencerla de tener una relación seria conmigo ahora que faltaba poco para que terminara la universidad. En vez de eso, ella se traía a sus hermanos, no me dejaba acercarme y se marchaba a Nueva York dejándome solo, preocupado y frustrado.


Está bien. Los métodos para lograr que se quedara conmigo habían sido sucios, pero Dios santo, cuánto había disfrutado, pensaba una vez más mientras me metía bajo el chorro de agua fría para calmarme.


De repente, unas suaves manos femeninas se deslizaron por mi pecho mientras unos pechos tentadores se pegaron a mi espalda. Las manos llegaron hasta mi entrepierna y cogieron mi miembro erecto con suavidad, acariciándolo hacia arriba y hacia abajo.


Yo gemí nombrando a la responsable y esperando que no fuera otro sueño calenturiento. Me di la vuelta y la vi desnuda ante mí con sus pezones erectos y su tentador triángulo de rizos rubios húmedo reclamándome.


Ella se deslizó despacio hasta el suelo y se puso de rodillas frente a mi erecto miembro, que se endureció aún más ante la perspectiva de sus carnosos labios y su húmeda boca.


Cuando se metió lentamente mi pene en la boca… ¡Dios mío! Gemí de gusto; sin poder detenerme, embestía sin piedad su dulce boca, a la vez que cogía sus cabellos con fuerza, dirigiéndola.


Estaba a punto de desahogar mi frustración de semanas de duchas heladas cuando un idiota llamó a la puerta.


—¡Pedro, por favor, sal, que necesito el baño! —gritó Daniel mientras yo alejaba a Paula de mi erección.


—¡Hay otro baño en la planta de abajo! —exclamé entrecortadamente, ya que la muy pilla me sonrió ladinamente y se volvió a introducir mi miembro en la boca y, jugando con él sin piedad, me cogió con fuerza de las nalgas mientras me empujaba hacia ella y me hacía embestirla una y otra vez.


—¡Venga ya, sal rápido! ¡Jose está en el otro baño y tarda una eternidad!


—¡Pues te esperas! —grité frustrado porque no me dejara llegar al orgasmo, penetrando más rápidamente la boca de Paula.


—¡Jo tío, no tienes por qué ponerte así! Por si no lo sabes, por culpa de tu comentario Paula nos ha tirado la comida por encima a todos. Venga sal y déjame entrar —insistió Daniel aporreando la puerta justo en el momento en el que Paula me introducía más profundamente en su boca.


—¡Que te vayas! —chillé tirando el bote de champú contra la puerta con una mano mientras con la otra volvía a agarrar los cabellos de ella con fuerza sin poder evitar emitir algún que otro gemido.


—¡Vale, ya me voy, tampoco es para ponerse así! —vociferó Daniel mientras se alejaba y yo por fin pude gritar a gusto mientras me derramada en su dulce boca.


Ella se tragó mi esencia y se levantó poco a poco.


Al ver su cuerpo desnudo me volví a excitar, pero cuando intenté cogerla entre mis brazos ella se apartó y me tendió la toalla.


«Mis hermanos», susurró mientras me señalaba la puerta.


—¡Joder, Paula, no me vuelvas a dejar así! —supliqué indicándole mi erección.


Entonces ella me hizo el hombre más feliz del mundo cuando me comentó que a partir de entonces no cerraría más el pestillo por las noches.


Salí del cuarto de baño con una sonrisa en los labios, cubierto sólo con una toalla, pensando que a partir de ese día arrancaría todos los pestillos de las puertas de las habitaciones. Cuando por el camino vi al pesado de mi amigo, cambié de opinión.


—¿El baño ya está libre? —me preguntó Daniel impaciente con los cabellos y el rostro llenos de tomate junto a unos pringosos espaguetis que se pegaban a su camiseta y sus brazos.


—No —dije alegremente mientras oía el agua de la ducha—. Está Paula.


—¡Jo tío, a ella la dejas entrar y a mí no! —comentó Dani molesto.


—Es que ella es mucho más persuasiva que tú —respondí con una sonrisa pensando en lo que me esperaba esa noche.






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