—¿Y qué? ¿Te ha escuchado, la has convencido? —preguntó Jose preocupado.
—En principio la he hecho dudar, pero tenemos mucho que hacer para desenmascarar a ese idiota. Usted, señor Chaves, tendrá que ser un poco más amable con Elio, no mucho o se notará que está fingiendo.
—¡Mierda! Eso significa que no podré pegarle un tiro —protestó desilusionado Juan Chaves mientras escuchaba el resto del plan.
—Y tú, Dani, deberás hacerte amigo y compinche de ese idiota.
—¿Por qué yo? —se quejó Dani lastimosamente.
—Porque eres el único que tiene la suficiente paciencia y estómago para ello. Y tú y yo, amigo mío, tenemos mucho que hacer —señaló a Jose mientras relataba a todos el resto de su plan.
****
«¡Qué imaginativo es ese joven!», pensaba Juan Chaves a medida que su plan se iba desarrollando. ¡Qué pena que él y su hija no se llevaran bien!
Sería un buen yerno, si es que algún hombre fuera lo suficiente bueno para su hija.
Una vez más, el señor Chaves sonreía estúpidamente a Elio mientras trinchaba el cerdo asado imaginándose que se trataba de él. «¡La que te espera, chaval!», pensaban todos los varones de la familia intercambiando miradas de complicidad ante las narices del incauto.
—¡Estoy tan agradecido de alojarme en su casa, señora Chaves, que no sé como demostrárselo! Tal vez debería venir las próximas vacaciones veraniegas y pintarle la casa…
«¡Ni de broma iba a dejar que ese niñato volviera a poner un pie en su casa!», pensaba en ese instante el padre de Paula mientras le pasaba el plato a su invitado; ese verano se iría de vacaciones al Congo si hacía falta, o a Tombuctú.
—O también podría hacer alguna que otra chapuza que haga falta en el hogar... —comentó Elio amablemente.
«Eso es, idiota, recuérdale a mi mujer todas las cosas que tengo que hacer y de las que me he escaqueado para que no me deje ni un segundo de respiro en las vacaciones de Navidad. ¡Ah, cuánto echo de menos la escopeta de perdigones…! ¿La habrá escondido en el desván? Nota mental: mirar el desván después de la cena», discurría el señor Chaves.
—Gracias, Elio, pero no hará falta. Esas pequeñas chapuzas son tarea de mis hijos y de mi marido —contestó la señora Chaves dirigiéndole a su marido una de sus miradas de reproche que insinuaban «eso debería estar hecho ya»—. No obstante, si quieres venir como invitado para el verano, serás bien recibido, ¿verdad, querido?
«¡Y una mierda!» Después de que se fuera ese parásito, iba a montar una barricada frente a su puerta y, si no encontraba la escopeta, se compraría un fusil de asalto si hacía falta, pero ése no volvería a pisar su casa como que se llamaba Juan Chaves. No obstante, para guardar las apariencias, contestó:
—Sí, querida —mientras sonreía como un idiota.
—La verdad, señora Chaves, usted es como la madre cariñosa que nunca tuve —comentó apenado Elio.
«¡No me jodas! ¡Nadie iba a ser tan idiota como para tragarse ese cuento chino!»
—¡Oh, Elio! —exclamó la señora Chaves entre lágrimas—, siempre serás bienvenido a este hogar.
«¡Mierda, Sara! ¿Cómo puedes creerte ese montón de mierda?»
—Si me perdonáis… —se disculpó el señor Chaves levantándose de su asiento y dirigiéndose hacia el teléfono de su despacho.
—Será mejor que tu plan funcione Pedro, y que sea pronto. Hoy a Sara sólo le ha faltado regalarle el coche o a uno de mis hijos en sacrificio.
—¡Juan, querido!, ¿por qué no acompañáis los chicos y tú a Elio al bar, mientras nosotras terminamos con los arreglos de Navidad? —gritó alegremente la voz de Sara desde el salón.
—¡Demasiado tarde! —se quejó el señor Chaves—, me han ofrecido a mí y a mis hijos. ¿Cómo voy a aguantar esta mierda...? —Tras oír a Pedro durante unos segundos, el señor Chaves respondió—: No, la paciencia no es una de mis cualidades. Te juro, Pedro, que si consigues echar a este tío del pueblo y alejarlo de mis mujeres, te regalo una casa.
—¡Juan, la cena se enfría! —gritó nuevamente Sara reprendiéndolo por su tardanza.
—¡Dime que será pronto! —rogó el señor Chaves a su interlocutor, y tras escuchar su respuesta estuvo de acuerdo con la propuesta—. ¡Bien, ese día es el mejor sin duda alguna!
Tras su conversación con el chico de los Alfonso, la sonrisa volvió a su rostro y el señor Chaves pudo fingir una vez más que aguantaba a ese imbécil al que quería llenar de agujeros con su amada escopeta.
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