sábado, 12 de agosto de 2017
CAPITULO 19
Esa misma tarde Pedro recibía un regalo de Juan Chaves.
Jose aparcó ante su casa una destartalada furgoneta negra y, cuando él bajó a recibirlo, le lanzó las llaves, que Pedro cogió al vuelo.
—Es tuya —indicó Jose señalándole la furgoneta a su amigo.
—¿Y esto por qué? —preguntó Pedro confuso.
—No lo sé, mi padre dijo que antes de llevarla al desguace prefería dársela a alguien y me sugirió que te la diera, así que aquí la tienes. Lo raro es que la furgoneta tiene un aspecto horrible por fuera, pero por dentro está en perfecto estado, no sé por qué papá quería deshacerse de ella —comentó Jose en voz alta, pensativo—. En fin, es tuya, si la quieres, claro.
—Dale las gracias de mi parte a tu padre. Me viene muy bien para los viajes de ida y vuelta a la universidad —respondió Pedro agradecido y dispuesto a empezar los arreglos de su nuevo vehículo en ese mismo instante.
Pedro estuvo varios días reparando la furgoneta sin saber por qué el señor Chaves se la había regalado, hasta que haciendo limpieza encontró una nota en un sobre que decía:
«Gracias por hacer que mi hija odie la bebida.»
¡Qué narices le habría contado Paula a su padre! Seguro que la verdad no o Juan Chaves le hubiese regalado una bala de su rifle en vez de un coche.
Entre la listita de Doña Perfecta y las tarjetas de su padre lo iban a volver loco, sobre todo después de que ella pasara varios días ignorándolo y saliendo con el impresentable de Thomas. «¿Cuántos huesos tendría que partirle a ese idiota para alejarlo de Paula?», pensó furioso mientras arreglaba las abolladuras de su nueva furgoneta a golpe de martillo.
El día del desfile de los fundadores, que se celebraba poco antes de que finalizaran las vacaciones de verano, todo Whiterlande se asombró ante la aportación que Pedro Alfonso y Paula Chaves hicieron a una de las carrozas con un adorno un tanto peculiar.
Todo comenzó el día en el que Paula quiso ir a la colina con Thomas.
La colina era un lugar desde donde se podían observar las mejores vistas del pueblo, pero que realmente servía para que los jóvenes aparcaran sus coches allí y se dedicaran a explorar su sexualidad.
Pedro llegó a casa de los Chaves para devolverle unas herramientas a su amigo Jose e intentar una vez más hablar con Paula. Mientras esperaba en el salón una limonada que la señora Chaves amablemente se había ofrecido a servirle, oyó una conversación que su amigo Daniel, ajeno a su presencia, mantenía por teléfono.
—¿Cómo está Amanda? —preguntó Daniel preocupado a su interlocutor —. Todavía no me puedo creer que algún estúpido metiera algo en su bebida… ¿Sabes lo que era? ¡Una droga excitante! ¿Y tú cómo lo sabes? — interrogó con curiosidad —. Menos mal que la encontraste tú, amigo —
comentó Daniel entre carcajadas nerviosas—, que si llega a ser otro... ¿De quién sospecháis? —indagó Daniel preocupado—. ¡No me jodas! ¡Ese tío está saliendo con mi hermana…! —tras una pausa, exclamó—: ¡Que has oído qué! ¡Mi hermana y ese idiota en la colina…!
Daniel se volvió bruscamente al oír un fuerte portazo de la puerta principal dejando de prestar atención a su amigo, quien seguía hablando por el teléfono.
La señora Chaves entró en el salón extrañada ante la ausencia de su invitado y preguntó a su hijo por éste.
—Dani, ¿y Pedro? Estaba aquí hace unos momentos.
Daniel sonrió y contestó a su madre mientras se apropiaba de la limonada:
—Ha tenido que irse rápidamente a hacer un recado de última hora.
—¿Y cuál es ese recado tan importante, que ni siquiera le ha dado tiempo a despedirse?
—Matar a un cerdo, mamá —contestó Daniel entre carcajadas.
—¡Hijo, tú y tus bromas! Nunca las entenderé —refunfuñó la señora Chaves mientras se dirigía nuevamente a la cocina.
Tras ver que su madre había desaparecido del salón, Daniel corrió nuevamente hacia el teléfono a través del que su amigo gritaba preocupado por lo que podía pasarle a Paula. Tras unas breves palabras, Daniel consiguió calmarlo y hacerlo sonreír:
—Tranquilo, Pedro acaba de salir a por mi hermana… Si tienes razón, no nos dejará nada para nosotros. Ese chico no sabe dónde se ha metido.
Pedro corrió como si su vida dependiera de ello.
¡Como ese estúpido le pusiera un solo dedo encima a Paula era hombre muerto! Mientras conducía sólo podía pensar en qué hueso del cuerpo le rompería primero. Estaba indeciso entre empezar por reventarle la cara o romperle todos los huesos de la mano cuando lo encontró en su deportivo descapotable de último modelo intentando besar a su Paula.
«Definitivamente, la cara», pensó antes de sacarlo del coche y comenzar a golpearlo con todas sus fuerzas llevado por los celos de que Paula lo hubiera elegido a él y la furia de saber lo que ese idiota podía haber hecho con ella el día de la fiesta
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