lunes, 14 de agosto de 2017

CAPITULO 25




Cuando Doña Perfecta y el Salvaje dejaron el pueblo, todo permaneció en calma.


Los días volvían a ser monótonos; las tardes, aburridas, y las noches, silenciosas y sosegadas. Pero en el momento en el que los dos volvieron de vacaciones, hubo una paz nada habitual entre ellos. Todos sospecharon que se trataba de la calma que precede a la tormenta y empezaron a apostar quién sería el primero en romper la tranquilidad que los mantenía a todos tremendamente adormecidos en sus deberes matutinos.


Las vacaciones de Navidad duraban apenas unas semanas, pero aún así Paula había decidido regresar al hogar. Uno de sus compañeros de clase, Elio Milton, un chico guapo y risueño que siempre estaba rodeado de chicas, iba a quedarse solo en esas fechas tan señaladas, así que, sintiéndose llena de compasión y de lástima, se decidió a invitarlo a acompañarla. ¡Craso error! ¿Quién podía llegar a sospechar que todo el pueblo se revolucionaría ante su llegada?


Elio Milton era apuesto, de cortos cabellos rubios y unos atrayentes ojos azules que hacían su rostro de adonis muy interesante. Su cuerpo, a pesar de dedicarse sólo al arte, era firme y fuerte. Sus deportes favoritos, la natación y el footing.


De humor siempre alegre y despreocupado, la hacía reír y le recordaba a su hermano Daniel; por eso y porque añoraba su casa, acabaron siendo pareja en algún que otro proyecto de clase.


Paula se hallaba empaquetando sus cosas cuando él se acercó a preguntarle dónde pasaría las vacaciones y ella, ilusionada, le describió su hogar como si de un sueño se tratase:
—Iré a mi casa, Elio. No te puedes creer lo maravillosa que es en esta época del año: el pueblo entero se cubre de nieve, los niños hacen muñecos por todos lados, las casas compiten con los adornos y, aunque en ocasiones puedan parecer recargadas, son adorables. También hay una función de Navidad en la que el tema lo eligen los vecinos; por lo tanto, te puedes encontrar obras tan estrafalarias como El padrino —Paula hizo una pausa y continuó su descripción con una sonrisa—. Todos son amigables unos con otros, y el encendido del árbol en la plaza es algo precioso. ¡Tengo unas ganas tremendas de pasar estas fiestas en mi hogar! ¿Y tú Elio? ¿Dónde irás? 


—Yo me quedaré aquí, solo  respondió Elio—. Ya sabes que mi familia es prácticamente inexistente y no me hace demasiada ilusión visitar a mi madre borracha en su vieja caravana.


—¡Pobre! ¿Y no tienes ninguna chica con la que pasar las fiestas, ningún primo lejano que visitar? —quiso saber Paula, preocupada por la soledad de su amigo en fechas tan especiales.


—Estaré solo, pero tú no te preocupes por mí: ya estoy acostumbrado a ello —expresó Elio quejosamente.


—¡Ningún amigo mío pasará solo estas fiestas! ¿Por qué no te vienes conmigo a casa de mis padres? Tenemos una fantástica habitación de invitados y seguro que los habitantes de Whiterlande te recibirán encantados.


—Está bien, si me lo pides así… —comentó Elio sonriente aceptando pasar sus vacaciones en un pueblo muy particular.







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